La calle de los Donados va de la esquina que
forman la plaza de Santa Catalina de los Donados con la calle de la Flora hasta la
calle del Arenal.
La calle, al igual que la plaza de Santa Catalina de los Donados que está junto a ella, toma el nombre del hospital de
igual nombre y que estaba situado donde hoy se levanta la Capilla del Santo
Niño del Remedio.
El hospital fue fundado en 1460 por Pedro Fernández de Lorca, tesorero de Juan II y secretario de Enrique IV y su fin era recoger a doce enfermos viejos que no podían pagarse su sustento.
El hospital fue fundado en 1460 por Pedro Fernández de Lorca, tesorero de Juan II y secretario de Enrique IV y su fin era recoger a doce enfermos viejos que no podían pagarse su sustento.
Los donados tenían la obligación de ir la víspera del día de los difuntos a rezar por el alma del fundador y recibían este curioso nombre por el uniforme que se les obligaba a llevar.
El hospital fue fundado en 1460 por Pedro Fernández de Lorca, tesorero del rey Juan II y secretario de Enrique IV.
El nombre de `donados`, le viene de la
vestimenta que llevaban los doce ancianos, y que era la destinada a las
personas que habiendo entrado en una orden religiosa no habían profesado.
Estuvo bajo el patronato del prior de San Jerónimo del Escorial.
Santa Catalina de los Donados sobrevivió
a la reducción de hospitales ordenada por Felipe II en 1566 -materializada en
1587-, y estuvo en funcionamiento hasta que en 1856 fue transformado en
Hospital de Ciegos dependiente de la beneficencia provincial, trasladándose en
1889 a Vista Alegre.
Fue demolido el 24 de diciembre de 1893, y en su lugar se construyó en 1917
el oratorio del Santo Niño del Remedio, aprovechando para ello parte del
antiguo hospital.
La imagen del Santo Niño del Remedio, una de las más veneradas en la capital de España, tiene una singular historia.
La imagen del Santo Niño del Remedio, una de las más veneradas en la capital de España, tiene una singular historia.
El 7 de agosto de 1897, D. Pedro Martín Marrazuela, dueño de un taller de encuadernación en la calle Costanilla de los Ángeles nº 4, compró la imagen a una señora que se marchaba a Cuba y se desprendía de sus enseres. Fue un amigo de D. Pedro quien se enteró de la venta y fue en busca del piadoso encuadernador para convencerle de que comprase la imagen, estaba convencido que no había mejor lugar que la trastienda de su taller y la piedad de esa familia para acogerla.
Con tales argumentos logró sacar a D. Pedro del
ensimismamiento de su trabajo para ir a ver la imagen, pero, a pesar de que le
encantó y deseaba tenerla en su hogar, confesó a su amigo que no tenía entonces
las cien pesetas que la señora pedía por ella. Todo lo resolvió su amigo
prestándole el dinero inmediatamente. De esta manera llegó la imagen del Santo
Niño a la calle Costanilla de los Ángeles, muy cerca del emplazamiento de su
posterior Oratorio.
Con el Niño le entregaron una coronita de espinas que pendía
de una mano, tres potencias de hojalata como signo de divinidad y una banda de
seda de color granate bordada con hilo de oro.
D. Pedro era viudo y tenía dos hijas que nada más ver la imagen del Niño se entusiasmaron con ella y la situaron en lugar privilegiado. Al día siguiente los tres pensaron en darle una advocación y acudieron en busca de consejo al rector de la cercana iglesia de Santa Catalina de los Donados.
Éste estaba a punto de celebrar misa y les dijo que
escribieran en varios papeles las advocaciones de su agrado y eligieran uno al
azar. Regresaron al taller y lo hicieron. Anotaron en cuatro papeles cuatro
advocaciones de su gusto: Del Consuelo, De la Esperanza, Del Perdón y Del
Remedio. Resultó elegida la Del Remedio y, minutos después, llegó azorado el
rector para pedirles que no hiciesen el sorteo porque en el momento de la
Consagración sintió que debía hacerse en al altar al finalizar una misa.
Ni D. Pedro ni sus hijas se atrevieron a decirle que ya
estaba hecho y, al día siguiente, acudieron a misa a la iglesia de Santa
Catalina de los Donados para volver a elegir la advocación según quería del
rector. Y volvió a salir la advocación Del Remedio.
Poco a poco se extendió por la zona la devoción al Niño y el
particular oratorio, instalado en la trastienda del taller de encuadernación,
se convirtió en un lugar de culto para vecinos y viandantes.
Pronto las gracias recibidas por los primeros devotos difundieron su devoción por la capital y gentes de toda clase y condición social se daban cita en el taller para rezar ante el Niño milagroso. Así, desde los madrugadores obreros hasta la más encumbrada nobleza, acudían a postrarse ante el Niño del Remedio que, día a día, con sus innumerables gracias concedidas, iba ganando el sobrenombre de “Santo”.
Muy pronto llegaron al taller donaciones por los favores
recibidos, tanto vestidos elaborados con ricas telas como aportaciones para su
culto. Y D. Pedro, emocionado y orgulloso, fue anotando minuciosamente las
gracias que le contaban los devotos de su querida imagen.
Al cumplirse un año de la adquisición quiso ofrecer una novena
y, además de prepararla con su acostumbrada minuciosidad, organizó un pequeño
coro, solicitó un armónium e ideó la primera procesión del Santo Niño para la
que encargó unas pequeñas andas para que fuesen portadas por niños. Cada día de
esa primera novena rezada ante el Niño, al finalizar las oraciones, niños y
adultos recitaban sentidos poemas. El noveno día, cuatro niños de diez a doce
años, procesionaron la pequeña imagen por el reducido espacio del taller
engalanado para tal ocasión por la familia y los amigos.
En octubre de ese año un matrimonio, cumpliendo una promesa, costeó, dentro del taller, la construcción de un oratorio más amplio que fue bendecido el 1 de enero de 1900. De tan relevante y emotivo acto fue informada la hermana del rey Alfonso XII, la infanta Isabel de Borbón, muy apreciada por los madrileños y popularmente llamada la Chata. Ella no pudo asistir pero sí lo hicieron los marqueses de Castellanos que serían grandes devotos y benefactores de su culto.
Con el cariño y devoción que ponían D. Pedro y sus hijas en
todo lo relacionado con la venerada imagen de su propiedad, en la Nochebuena de
1900 desprendieron al Niño de la peana donde se sostenía de pie y lo postraron
en un pesebre de heno para festejar su nacimiento y poder adorarlo como en el
Portal de Belén.
Por las tertulias y los mercados del centro de Madrid circulaban las numerosas gracias recibidas y la devoción al Niño del Remedio se extendió imparable. Desde que se abría el taller hasta que se cerraba era continuo el trasiego de personas de toda clase y condición social que entraban a postrarse a sus pies y daban vida a un culto que cada día era más popular. Ante el asombro de la familia, como atraídos por la fuerza de un imán, cruzaban la puerta del taller, con idéntica intención, humildes trabajadores y damas de alcurnia que se apeaban de coches conducidos por lacayos.
Un buen día, a la una y media de la tarde, la propia reina
Regente, María Cristina de Austria, se apeó de su coche, traspasó la puerta y,
con suma devoción, se acercó a la venerada imagen para, tal y como confesó a D.
Pedro y a su hija, rogar al Niño del Remedio por el bien de España. Al
despedirse les pidió que ellos, que habían merecido la predilección de tenerle
en su propia casa, se unieran a su petición.
Tras la muerte de D. Pedro Martín se hizo cargo del oratorio su hija Inés, que luchó por el traslado de la imagen a una Iglesia y por la creación de la Cofradía del Santo Niño del Remedio. En su testamento legó la propiedad de la imagen al marqués de Castellanos con la condición de que, a su muerte, pasara a la Cofradía.
El Marqués y otros benefactores tramitaron el traslado de la
imagen a un altar de la iglesia de Santa Cruz, donde siguió recibiendo el culto
de sus numerosos devotos mientras buscaban una iglesia que se consagrase a su
culto.
El 3 de marzo de 1917 lograron su anhelo concediéndoseles el
usufructo de la iglesia de Santa Catalina de los Donados, lugar muy vinculado a
la historia de la imagen pues allí recibió su advocación “Del Remedio”. Cuando
estuvieron terminadas las obras del altar para acoger la venerada imagen, se
efectuó el traslado con una procesión que recorrió la Plaza de Santa Cruz, la Plaza Mayor, calle de las Fuentes y calle de los Donados.
Desde entonces recibe culto en esta Iglesia convertida en su Oratorio, lugar que, como antaño el taller de D. Pedro Martín, sigue siendo frecuentado por personas de toda clase social que, con un incesante entrar y salir, mantienen viva su devoción a través de los años y de las vicisitudes de la historia.
Su fiesta se celebra el 13 de enero, porque entes del
Concilio Vaticano II era la fecha fija del Bautismo del Señor. Los días trece
de cada mes se baja de su altar para ser venerado por los cientos de personas
que hacen largas colas para besar su pie.
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