viernes, 27 de enero de 2023

Plaza de Santa Catalina de los Donados

Plaza de Santa Catalina de los Donados

La plaza de Santa Catalina de los Donados es una minúscula plaza que se abre en el ensanchamiento producido entre la Costanilla de los Ángeles y las calles de la Flora y de los Donados.

La calle toma este nombre porque aquí estaba el hospital de igual nombre y que estaba situado donde hoy se levanta la Capilla del Santo Niño del Remedio.

El hospital fue fundado en 1460 por Pedro Fernández de Lorca, tesorero de Juan II y secretario de Enrique IV y su fin era recoger a doce enfermos viejos que no podían pagarse su sustento.

Los donados tenían la obligación de ir la víspera del día de los difuntos a rezar por el alma del fundador y recibían este curioso nombre por el uniforme que se les obligaba a llevar.
___________________________________________________________________________________

Dice Pedro de Répide:

Entre las calles de los Donados, Flora, la Priora y costanilla de los Ángeles, b. de San Martín, d. del Centro, p. de San Ginés. 

Este era terreno que ocupaban la viña y casa de Pero Fernández de Lorca, tesorero del rey D. Juan II y secretario de D. Enrique IV. En época de este monarca tuvo que dimitir su empleo por las continuas exigencias de D. Beltrán de la Cueva, quien en cierta ocasión, y por una mina que comunicaba desde el alcázar, llegó acompañado de la reina doña Juana, presentóse a Fernández de Lorca, pidiéndole ambos una copiosa suma de dinero. 

El tesorero excusóse diciendo que aquel mismo día le había mandado librar el rey D. Enrique grandes cantidades para pagar las obras de la construcción del monasterio de San Jerónimo del Paso, en las márgenes del río Manzanares, y que el tesoro real estaba exhausto por los crecidos gastos que se habían hecho en las justas y torneos del camino del Pardo para obsequiar al duque de Bretaña, fiestas en las que aconteció el paso honroso del propio don Beltrán, para eterna memoria del cual se hizo la fundación de aquel real convento de jerónimos. 

Poco atento a razones D. Beltrán, le dijo que su primer deber era atender a cumplir la exigencia perentoria de la reina, que en persona se había presentado a honrarle su casa. El buen tesorero todavía pudo responder con razones a la importuna demanda: «También tengo -le dijo- las cuentas de las gualdrapas y arreos de oro del caballo que habéis llevado a los torneos, y que mi señora la reina me ha mandado pagar con preferencia a todo.» 

Ello fue al cabo que doña Juana pidió con entereza a Fernández de Lorca las llaves del tesoro real, y tomando un papel, escribió en él unas líneas que entregó al tesorero para su descargo. 

Recibió la llave del tesorero, y la reina volvióse con D. Beltrán por el mismo camino soterraño de que se sirvió para venir. 

Al otro día, Pero Fernández de Lorca presentó al rey la dimisión de su cargo, y D. Enrique se la admitió, nombrándole, en cambio, su secretario. 

Poco después Fernández de Lorca determinó dejar su casa y viñas del Arenal para la fundación de una obra pía. Compadecido de los que ejerciendo un oficio llegaban a una edad decrépita sin poder ganarse el sustento trabajando, fundó en 1460 un colegio donde se recogiesen doce pobres honrados menestrales, poniendo por titular a Santa Catalina, virgen y mártir, de quien era particular devoto. 

Confirió el patronato al prior de San Jerónimo, quien les nombraba un rector, que por lo regular era siempre un monje del Buen Retiro. Mandó que los recogidos, que por esto recibieron el nombre de donados, usasen un hábito que consistía en ropón pardo y becas azules. Llevaban sombreros de amplias alas y bastones, y además era reglamentario que usasen bucles empolvados, lo cual parece excesiva coquetería y complicación propicia al desaseo. 

En la iglesia de San Jerónimo el Real, ya trasladado este monasterio desde las márgenes del río a los altos del Prado, hizo labrar Fernández de Lorca la capilla de Santa Catalina, en la que le fue luego erigido un suntuoso mausoleo, que se conservó hasta la invasión francesa en 1808, durante la cual fue destruido, como tantas obras magníficas de arte. 

Todos los años, en la víspera del Día de Difuntos, acudían a esa capilla, para rezar por el alma del fundador, los viejos colegiales de Santa Catalina, a los que se les llamaba Donados por el ropón talar que vestían, a semejanza de hábito religioso. 

Esta institución fue una de las respetadas en tiempo de Felipe II, cuando la reforma general de los asilos piadosos, verificada en 1585, porque la cláusula de la fundación que en 1460 otorgó Pero Fernández de Lorca mandaba que se conservase el colegio que «fizo hacer en su casa y viña del Arenal, fuente, y con toda la cerca que daba a las fuentes del Peral». La viña, sin embargo, fue enajenada para la construcción de casas, imponiéndose sus productos en la renta de pisos, y decíase que uno de los doce acogidos que había entonces, el más anciano, de oficio calderero, cuya cabeza era enorme y sin pelo, careciendo también de dientes su boca, tanto que apenas podía comer, creyendo que ya no le iban a dar vino porque se destruía el viñedo, exclamaba en queja truhanesca: «Yo, que he vuelto a la vejez, y que sólo me alimentaba la bebida, voy a desfallecer si diariamente no me dan un cuenco de vino, que es la leche de los viejos.» 

Y el reverendo padre fray José de Sigüenza, que en la visita que giraba oyó los lamentos del anciano, le contestó: «Tanto mejor vino hay en las lomas de Madrid y de San Martín de Valdeiglesias, procas y clareyas y néctar muy suave en nuestro monasterio de Ranera. De ese vino beberéis para que alarguéis mucho la vida, hermano.» Y el viejo, trocando en risa su llanto, reponía: «Mándeme de esos vinos vuestra reverencia.» Y, en efecto, el padre Sigüenza mandó que se le diese doble ración de vino, y de ese modo vivió muchos años. El famoso pintor Lucas Jordán hizo un retrato de ese anciano en ocasión que le hacían llorar por haberle privado del vino mientras el artista trasladaba al lienzo su extraña figura. 

Establecióse luego como secuela del colegio de los Donados otro de ciegos, y actualmente todavía existe el instituto de Pero Fernández de Lorca, aunque con las modificaciones naturales de los tiempos, y está en la posesión de Vista Alegre, en Carabanchel. 

La iglesia de Santa Catalina de los Donados era célebre especialmente por el culto de la Virgen del Henar, restaurado en ella por el que fue su rector, D. Francisco Bayona, y cuya cofradía sacaba el rosario de la Aurora, que pasaba por delante del Alcázar, donde se le agregaban los heraldos que a tal efecto nombraba el rey, y la reina doña Margarita se asomaba a verle. Este rosario acabó trágicamente. 

La iglesia de Santa Catalina ha sido reedificada, y es muy frecuentada por la devoción al Niño del Milagro.

El hospital de los Donados fue fundado en 1460 por Pedro Fernández de Lorca, tesorero del rey Juan II y secretario de Enrique IV. 

Situado en la calle y plaza de su mismo nombre y edificado sobre un solar de Gabriel Olivares y su esposa Teresa Núñez de Pisa, su misión era la de atender a doce hombres ancianos que ya no pudiesen valerse por sí mismos. A cambio, los ancianos deberían rezar treinta y tres responsos diarios por el alma del fundador.

El nombre de "donados", le viene de la vestimenta que llevaban los doce ancianos, y que era la destinada a las personas que habiendo entrado en una orden religiosa no habían profesado. Estuvo bajo el patronato del prior de San Jerónimo del Escorial.

Santa Catalina de los Donados sobrevivió a la reducción de hospitales ordenada por Felipe II en 1566 -materializada en 1587-, y estuvo en funcionamiento hasta que en 1856 fue transformado en Hospital de Ciegos dependiente de la beneficencia provincial, trasladándose en 1889 a Vista Alegre.

Fue demolido el 24 de diciembre de 1893, y en su lugar se construyó en 1917 el oratorio del Santo Niño del Remedio, aprovechando para ello parte del antiguo hospital.

No hay comentarios:

Publicar un comentario