Dice Redro de Répide:
La calle de Yeseros va de la calle de la Redondilla a la
calle de la Morería, cruzando la calle de Bailén, b. de Alfonso VI, d. de la Latina.
Lleva ese nombre porque
allí estaban antiguamente las yeserías, y esta calle estaba continuamente cruzada
por los carros que cargaban ese material.
El yeso es un mineral compacto o terroso, generalmente
blanco tenaz y dúctil, abundante en la naturaleza y conocido desde la antigüedad.
Por sus propiedades (adaptabilidad, fácil a trabajar, duración así como
aislante, entre otras) está presente en la vida cotidiana.
Este sulfato cálcico hidratado, con una dureza de dos en la
escala de Mohs, una vez cocido y molido, tiene la propiedad de endurecerse
rápidamente cuando se amasa con agua, por lo que tiene una notable utilización
en la construcción. También es importante la demanda en la agricultura, la
industria (sobre todo cerámica y química), la alimentación y la medicina.
Los canteros del yeso han sido tradicionalmente los
artesanos encargados de su extracción de las canteras o minas y la preparación
para su venta a variados demandantes, hasta que la industria moderna acabó
sustituyéndolos con la utilización de procedimientos mecanizados.
En las canteras se extraía en bloques de piedra que era
quemada en las horneras adecuadas para hacerlo apto para ser utilizado en
enlucidos de paredes y en muros de mampostería.
Antaño, el proceso de fabricación exigía una serie de fases
que debían cumplir minuciosamente los trabajadores, y así obtener un material
constructivo de óptima calidad. A grosso modo se puede decir que esta
transformación del yeso constaba de una primera extracción o arranque del
material yesífero. Con este material debidamente despiezado, se construía un
hornete que era sometido a la fase de cocido o deshidratación, el combustible
utilizado era leña previamente recogida.
Posteriormente, la anhidrita o yeso deshidratado en piezas,
se desmenuzaba en el rolladero mediante el aplastamiento por ruedas de
volquetes, cargados y tirados por caballerías. Para conseguir un grano más
fino, tenía lugar el cribado o tamizado del material rollado. Posteriormente sería
labor del molino.
Este yeso, deshidratado y molido, estaba ya listo para
almacenar en sacos hasta hidratarlos de nuevo en obra, recuperando de esta
forma la consistencia tan preciada que caracteriza al material en bruto.
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