miércoles, 25 de enero de 2023

Cuesta de Santo Domingo

Cuesta de Santo Domingo

De la calle de Arrieta a la plaza de Santo Domingo, b. de Isabel II, d. de Palacio, ps. de Santiago y de San Ginés. 

Lo que hoy es un jardín era una manzana de casas, hasta que cuando el derribo del inmediato convento, en 1869, trazóse ese parque. 

En el número 3, casa notable por haber habitado en ella los últimos años de su vida el general Martínez Campos, y ser más recientemente residencia del que era presidente del Consejo de ministros en 1923, hay una lápida puesta por el Ayuntamiento en 1912, y recordatoria de que en el piso bajo de la derecha, donde hoy se halla la Escuela Central de Idiomas, murió el insigne novelista D. Juan Valera. 

Frontera a esta casa, en el número 4, vivió los años que sucedieron cercanamente a la Restauración la famosa y hermosísima cantante Elena Sanz, que tantos éxitos alcanzó en la escena del regio coliseo y tan celebrada fue en su interpretación de "La Favorita". 

Contigua al antiguo palacio de los duques de Granada de Ega, actualmente de la Diputación provincial, existe, señalada con el número 11, una casa vetusta, construida en 1611, y cuyo abolengo pregona cierta lápida colocada en el interior del zaguán. Entrada de mansión hidalga, que noblemente decoran, además, el retrato de una dama del siglo XVII, con tocas de viuda, y un arcón bellamente labrado. Recuerda la inscripción de aquélla que esa fue la casa solar de don Juan Climaco Quintano, regidor perpetuo de Burgos y Villarcayo, del Consejo de S. M. en el Supremo de Hacienda, y que luego perteneció la finca, en el año 1769, a doña María Ana Pacheco de Toledo y Portugal, marquesa de Villena y de Aguilar, condesa de Oropesa y de Alcaudete, duquesa de Escalona. 

La cuesta de Santo Domingo toma su nombre del famoso convento que en ella estuvo situado, y cuya demolición, dispuesta con harta precipitación, no tardaron en llorar los amantes del arte y de la Historia de Madrid. En 1217 llegaron a esta villa algunos compañeros de Santo Domingo, y fueron tan bien recibidos, que recibieron no sólo limosnas, sino terreno para construir un convento en las afueras de la puerta de Balnadú. Al siguiente año vino el mismo patriarca y decidió destinar a religiosas los bienes de que habían hecho donación los madrileños, y como aprobase el Concejo aquella determinación, construyóse el primero y humilde edificio, trabajando manualmente en su obra el santo y sus compañeros, hasta terminar una ermita y un dormitorio común para las monjas, quienes profesaron en la regla de San Agustín. 

El rey San Fernando dispensó especial protección a esta casa, así como Sancho el Bravo, Alfonso XI y el rey Don Pedro, cuya leyenda y sepultura están unidos a la historia de este monasterio. Enrique III contribuyó para levantar la capilla mayor, y Felipe II mandó hacer el coro. 

Constaba el templo de dos hermosas naves paralelas. En una estaba la capilla mayor con la mesa de altar aislada, y en el centro, y a espaldas de ella, el retablo, que se componía de tres cuerpos con tres intercolumnios corintios en cada uno, adornados por buenas esculturas que representaban santos de la Orden, y en la parte superior, Jesucristo con San Juan y la Virgen a los lados. Obra era ese altar de principios del siglo XVII, y en el centro del primer cuerpo del retablo había un cuadro representando a la Virgen del Rosario con Santo Domingo y San Pío V. En las capillas del lado de la Epístola había un cuadro de Antonio Rici, que representaba a San Agustín; una Sagrada Familia, por Eugenio Caxes, y una Adoración de los Reyes, pintada por Carducho. 

La nave subalterna no ofrecía nada de particular, y lo más valioso de la iglesia era el coro, obra de Juan de Herrera. Lo único que en buen estado se conserva de aquel convento es la pila en que fue bautizado Santo Domingo, y que desde Felipe IV sirve para bautizar personas reales. Hállase metida en otra de plata y guardada en una caja revestida de damasco encarnado. 

En el claustro de Santo Domingo, y por mano del dominico fray Lope Barrientos, obispo de Cuenca, fueron quemados los libros y manuscritos de don Enrique de Villena, a quien se tenía en su tiempo por nigromante, que así se tomaba por reos de hechicería a los hombres consagrados al saber y el estudio. 

El jardín conventual dilatábase considerablemente, siendo de recordar que fue concedida a aquella Comunidad la huerta de la Reina, de la que ya se hizo mención al hablar de las calles de los Caños, de la Priora y de las Fuentes, y que huerta de la Priora se llamaba a gran parte de lo que hoy es plaza de Oriente. 

Hasta mediado el siglo XIX conserváronse inmediatas al convento dos piedras y una cruz, que recordaban la leyenda del clérigo muerto por el rey Don Pedro, y a quien hizo la profecía de que sería piedra en Madrid. Vaticinio que se cumplió, pues enterrado en Santo Domingo, tuvo sobre su tumba su representación en una estatua orante, que se conserva en el Museo Arqueológico. 

Otras sepulturas famosas que había en la iglesia de las dominicas eran la de D. Juan de Castilla, hijo de D. Pedro I y de doña Juana de Castro, y la de su hija, la priora doña Constanza, que fue quien trajo en 1444, desde la Puebla de Alcocer, los restos de su abuelo, el monarca a quien unos han llamado el Cruel y otros de Justiciero. Allí estuvieron también los enterramientos de la infanta doña Berenguela y de doña Constanza, hija de Fernando IV. Y durante cuatro años, reciente su muerte, tuvo en Santo Domingo su huesa el príncipe D. Carlos, hijo de Felipe II, hasta que en 1573 fue trasladado a El Escorial. 

La cripta funeraria de aquella iglesia guardaba el recuerdo de un horrible suceso. Poseían una bóveda para su entierro los descendientes de D. Juan de Castilla, y habiendo sido puesto en ella el cuerpo de doña María de Cárdenas, mujer de un biznieto de aquel hijo del rey Don Pedro, aconteció que esa dama, que sólo había sufrido un estado cataléptico, por lo que fue considerada como muerta, volvió en sí, rompió la mortaja, salió del ataúd y subió las escaleras del panteón; pero en vano, pues ya había sido tapiado el acceso. Cuando tres meses después abrieron la fatídica puerta para bajar otro cadáver, quedó la comitiva horrorizada al ver el cuerpo de doña María allí caído, y la Comunidad comprendió entonces cuál era la causa de las voces angustiosas y desgarradores lamentos que oyeron las monjas cierta noche, la misma que siguió al entierro de la Cárdenas, ecos que ellas tuvieron por trazas del enemigo malo que así quería disiparlas de sus meditaciones y sus rezos. 

Domingo de Guzmán Garcés (Caleruega, Castilla; 1170 – Bolonia, Sacro Imperio Romano Germánico, 6 de agosto de 1221) fue un presbítero español y santo católico, fundador de la Orden de Predicadores, más conocidos como dominicos.

Sus padres fueron Félix Núñez de Guzmán y Juana Garcés (llamada comúnmente Juana de Aza, beatificada en 1828) y tuvo dos hermanos, Antonio y Manés (este último, uno de los primeros beatos dominicos).

De los siete a los catorce años (1176-1184), bajo la preceptoría de su tío el arcipreste de Gumiel de Izán, Gonzalo de Aza, recibió esmerada formación moral y cultural. En este tiempo, transcurrido en su mayor parte en Gumiel de Izán, despertó su vocación hacia el estado eclesiástico.

De los catorce a los veintiocho (1184-1198) vivió en Palencia; seis cursos estudiando artes (humanidades superiores y filosofía); cuatro, teología; y otros cuatro como profesor del Estudio General de Palencia.

Al terminar la carrera de artes en 1190, recibida la tonsura, se hizo canónigo regular en la catedral de Osma. Fue en el año 1191, ya en Palencia, cuando vende sus libros para aliviar a los pobres del hambre que asolaba Castilla. Al concluir la teología en 1194, se ordenó sacerdote y fue nombrado regente de la Cátedra de Sagrada Escritura en el Estudio de Palencia.

Al finalizar sus cuatro cursos de Docencia y Magisterio Universitario, con veintiocho años de edad, se recogió en su cabildo, luego el obispo le encomienda la presidencia de la comunidad de canónigos y del gobierno de la diócesis en calidad de Vicario General de la misma.

En 1205, por encargo del rey Alfonso VIII de Castilla, acompaña al obispo de Osma, monseñor Diego de Acebes, como embajador extraordinario para concertar en la corte danesa las bodas del príncipe Fernando. Con este motivo, realizó viajes a Dinamarca y a Roma, y durante ellos se decidió su destino y se aclaró definitivamente su ya antigua vocación misionera. Convencido de que los herejes cátaros debían ser convertidos al catolicismo, comenzó a formar el movimiento de predicadores. De acuerdo con el papa Inocencio III, en 1206, al terminar las embajadas se estableció en el Languedoc como predicador entre los cátaros, y en 1206 establece una primera casa femenina en el Prouille. Rehusó los obispados de Conserans, Béziers y Comminges, para los que había sido elegido canónicamente.

Domingo de Guzmán vio la necesidad de un nuevo tipo de organización para enfrentar las necesidades de su tiempo, uno que mantendría la dedicación y la educación sistemática de las anteriores órdenes monásticas para influir en los problemas religiosos de la población, pero con más flexibilidad de organización que las otras órdenes monásticas o la clerecía secular.

Para predicar la doctrina católica entre los pueblos apartados de la fe, en 1215 establece en Tolosa la primera casa masculina de su Orden de Predicadores, cedida a Domingo por Pedro Sella, quien con Tomás de Tolosa se asocia a su obra. En septiembre del mismo año llega de nuevo a Roma en segundo viaje, acompañando del obispo de Tolosa, monseñor Fulco, para asistir al cuarto Concilio de Letrán y solicitar del Papa la aprobación de su orden como organización religiosa de canónigos regulares. De regreso de Roma elige con sus compañeros la regla de San Agustín para su orden y, en septiembre de 1216, vuelve en un tercer viaje a Roma llevando consigo la regla de San Agustín y un primer proyecto de constituciones para su orden. El 22 de diciembre de 1216 recibe del papa Honorio III la bula Religiosam Vitam por la que confirma la Orden de Predicadores.

Al año siguiente retorna a Francia y en el mes de agosto dispersa a sus frailes; envía cuatro a España y tres a París, y él decide marchar a Roma. Se dice que allí se manifiesta su poder taumatúrgico con numerosos milagros y se acrecienta de modo extraordinario el número de sus frailes. Meses después enviará los primeros frailes a Bolonia. A finales de 1218 regresa a Castilla a recorrer Segovia, Madrid y Guadalajara.

Por mandato del papa Honorio III, en un quinto viaje a Roma, reúne en el convento de San Sixto a las monjas dispersas por los distintos monasterios de la ciudad para obtener para los frailes el convento y la Iglesia de Santa Sabina.

En la fiesta de Pentecostés de 1220 asiste al primer Capítulo General de la orden, celebrado en Bolonia. En él se redacta la segunda parte de las constituciones. Un año después, en el siguiente capítulo celebrado también en Bolonia, se acordará la creación de ocho provincias.

Con su orden claramente estructurada y más de sesenta comunidades en funcionamiento, agotado físicamente, fallece el 6 de agosto de (1221) tras una breve enfermedad, a los cincuenta y un años de edad, en el convento de Bolonia. Sus restos permanecen sepultados en la basílica de Santo Domingo de esa ciudad. En 1234 el papa Gregorio IX lo canonizó. La Iglesia Católica celebra su fiesta el 8 de agosto.

La ciudad capital de la República Dominicana (Santo Domingo de Guzmán) lleva ese nombre en honor a él.

Domingo de Guzmán contaba que veía a la Virgen sosteniendo en su mano un rosario y que le enseñó a rezarlo y le dijo que lo predicara por todo el mundo, prometiéndole que muchos pecadores se convertirían y obtendrían abundantes gracias. El santo se levantó muy consolado y abrasado en celo por el bien de estos pueblos, entró en la Catedral y en ese momento sonaron las campanas para reunir a los habitantes.
El convento de Santo Domingo el Real fue una institución religiosa ubicada en el centro de Madrid. Se trata de uno de los primeros conventos edificados en el intramuros de la ciudad, y dio lugar al templo que residió en la Plaza de Santo Domingo y acogía en el siglo XIII a religiosos de la rama femenina. El templo fue derribado a finales del siglo XIX cuando era alcalde de la ciudad Nicolás Rivero abriendo el espacio de un solar que ocuparía posteriormente la plaza que lleva su nombre. Pocos años después se construye otro convento con la misma denominación en la calle de Claudio Coello.

Fundado por dos frailes dominicos: fray Pedro de Madrid y Suero Gómez al recibir la concesión por parte del papa Honorio III. Ambos seguidores de Domingo de Guzmán que anteriormente había fundado un monaterio masculino cercano a la Puerta de Balnadú (cercano al espacio que supone ser caños del Peral). El Monasterio en el año 1212 se ubicó en las cercanías de lo que se conoce, a comienzos del siglo XXI, como Plaza de Santo Domingo. La traza de la iglesia correspondió al arquitecto Juan de Herrera (sillería del coro), el claustro obrado en la primera mitad del siglo XVI fue obra de Gaspar y Luis de Vega. De la disposición de este convento se tiene noticia de la traza en el plano de Teixeira. Fue dedicado a la estancia de mujeres religiosas por permiso del Concejo de Madrid. Siendo uno de los primeros de estancia de religiosas dominicas en Madrid. Algunas de las calles de la zona toman nombre del convento, así como la popular cuesta de Santo Domingo. Durante las guerra de las Comunidades de Castilla el convento fue arrasado por abrir las puertas y acoger a señoras de la Corte, así como a esposas de seguidores imperialistas.

Su cercanía con la Corte hizo que los religiosos que habitaban en el convento tuvieran pronto numerosas muestras de gratitud generosa por parte de los nobles y reyes. Esto hizo que el convento tuviera obras de arte religioso, así como importantes donaciones. Siendo su periodo más álgido en el siglo XV, debido en parte al apoyo sufrido por Catalina de Lancáster, esposa de Enrique III (que renunció en vida al cargo de priora del convento). La vida conventual se estableció hasta finales del siglo XIX en el que el ensanche de Madrid estableciera el traslado de los religiosos al solar que ocupa a comienzos del siglo XXI. La labor en este nuevo convento es continuado por la Orden de las Dominicas. En la paredes del claustro se encontraba el sepulcro de Pedro el "Cruel" (uno de sus más preclaros benefactores), Constanza de Castilla y de su padre Juan de Castilla. Durante el siglo XVII participó junto con el de los Jerónimos y de las Descalzas (y algunas veces el de la Encarnación) en las exequias reales dedicadas a monarcas. Durante el reinado de Isabel II Baldomero Espartero (el Duque de la Victoria) luchó por evitar el derribo del convento.

El arquitecto Vicente Carrasco en 1879, acepta construir la iglesia en la calle Claudio Coello. El diseño del nuevo templo se enmarca dentro del denominado neomudéjar madrileño. Las monjas del Convento se acogen en este solar por caridad de los señores de Maroto, siendo ellas devotas de la virgen del Rosario.

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