miércoles, 18 de enero de 2017

Calle del Barquillo

Calle del Barquillo

La calle del Barquillo transcurre entre la calle de Alcalá y la de Fernando VI.


La calle del Barquillo formóse en tierras de las eras de Vicálvaro, pueblo cuya jurisdicción llegaba hasta estos parajes. El origen de su nombre parece ser análogo al de la calle del Barco, por la primitiva configuración de estos terrenos, aunque existe la tradición del barquillo que tenía  la marquesa de Nieves en el estanque de su finca en la parte alta de la calle, donde luego se levantaría el convento de las Descalzas Reales. Lo evidente es que antes de que existiera la calle ya se encuentra en documentos del siglo XVI la denominación de aquel lugar como las tierras "que dicen al Barquillo".

La importancia de la calle del Barquillo data del siglo XVIII primeramente por ser camino  para el monasterio fundado por doña Bárbara de Braganza, con lo que tomó esta vía el nombre de Real, que ya tenían la de Lavapiés y la de la Almudena, y luego, por la construcción del palacio de Buenavista. Pero ya existía en su comienzo el monasterio de San Hermenegildo, de carmelitas descalzos, que volvía desde la calle de Alcalá, y de cuya huerta formaba parte la actual plaza del Rey. También estaba ya en el siglo XVII el caserón que fue derribado a principios del siglo XX frente a esa misma plaza, histórico, porque fue llevado en lote a dos matrimonios que tuvieron algún parecido por el inesperado encumbramiento de los novios. Allí vivió de recién casado Juanillo Valcárcel, el hijo del conde-duque de Olivares, que acababa de enlazarse con doña Juana de Velasco, y esa casa, del patrimonio de los condes de Chinchón, pasó también a pertenecer a Godoy, por su boda con la hija del infante don Luis.

La fundadora del palacio de Buenavista, la admirable duquesa de Alba, María del Pilar Teresa Cayetana de Silva, que no consiguió ver terminada su gran obra, interrumpida por dos incendios, murió cerca de ella, en las casas del Arco del Barquillo, el año 1802. Ese arco era el que cubría la calle entre el palacio de Chinchón y el que había donde se instaló la Compañía Arrendataria de Tabacos, edificio de la segunda mitad del siglo XIX.

En la esquina de la calle del Almirante, donde estuvo el convento de San Vicente de Paul, instalóse en 1854 un Presidio Modelo, capaz para 500 penados. Duró pocos años, y fue de lamentar, porque lejos de ser un lugar de ocio, habíanse formado talleres donde se fabricaban terciopelos, vasos, lienzos, y además de la corrección y hábito del trabajo para el privado de libertad, llegó a constituir un considerable ingreso pecuniario.

Bordeando la tapia de la huerta de los carmelitas descalzos, y por el otro la de la casa de las Siete Chimeneas, y delante de lo que fue el circo Price, venía a la calle del Barquillo, desde la calle de las Infantas, la calle de las Siete Chimeneas, es decir, formada por la calzada occidental y la septentrional del la plaza del Rey, que también se llamó del Almirante, por Godoy.


Luego, la mayor parte de la acera de la izquierda de la calle estaba formada por la tapia de la huerta de los duques de Frías, que ocupaba una gran extensión, llegando hasta la calle de Góngora, antes de Santa Bárbara la Vieja, y en la cual posesión se abrió la prolongación de las calles del Arco de Santa María y de Gravina.


La calle de San Marcos no tenía tampoco salida a la calle del Barquillo, y en ese lugar fue edificado, en 1847, el circo que se llamó de Paul, por funcionar en él la compañía ecuestre de Paul Larribeau, pues ya había quedado el público madrileño aficionado a ese espectáculo, que implantó Paul Avrillon, que empezó en un barracón de la calle Caballero de Gracia, y en 1834 construyó el circo Olímpico, en el lugar que después ocupó el Price. El circo Paul sirvió de local para la Bolsa, y volvió a abrirse al público como Staking-Ring, es decir, pista de patinar, y sirvió de baile rival del de Capellanes, y de escenario de las glorias del cante flamenco. De aquello puede recordarse el famoso cantable con son de habanera:


        "No me lleves a Paul
        que me verá papá.
        Llévame a Capellanes
        que estoy segura
        que allí no irá".


Y de otro, ya en época más moderna:
"Porque de Calvo y de Vico
ya se ha pasado la moda.
Ahora, la gente de viso
se marcha a oír a Juan Bravo
a la calle del Barquillo".

La calle del Barquillo, que antes llegaba hasta la desembocadura de la de San Antón, después de Pelayo, tenía en su confluencia con la de Belén la famosa casa de Tócame Roque, que sirvió de tema a don Ramón de la Cruz para su sainete "La Petra y la Juana o el buen casero". La casa de Tócame Roque, desparecida en 1850, era un edificio con patio central y balcones o corredores de madera -lo que hoy conocemos por corrala- habitado por setenta y dos familias. El nombre de la casa procede de Roque, hermano de Juan, por lo que lo mismo podía haberse llamado Tócame Juan. Según se cuenta, la casa les tocó en herencia a Roque y Juan, pero como el testamento no especificaba a quien de los dos, cada uno decía «Tócame a mí», contestándole el otro, «No, tócame a mí». Y así, una y otra vez. «Tócame a mí», repetía uno «Tócame, Roque», le respondía el hermano, y con el tiempo, la casa pasó a ser conocida como la de Tócame Roque.


Otro chascarrillo popular lo sugirió el Edificio de las Cariátides, esquina ya a Alcalá, sede bancaria que fue conocida por "la casa de ¡joder qué puerta!", expresión provocada por las antedichas cariátides (estatuas) que, como centinelas, tenía a cada lado de la enorme puerta principal del edificio.


El barrio del Barquillo, como su inmediato de San Antón, y más allá el de Maravillas, era, en efecto, típico de la chispería de la corte, que iba a buscar pelea con la manolería de Lavapiés. Abundaban en esta parte de Madrid los obreros del hierro, existían gran número de fraguas, de lo que vino a aquellos en nombre de chisperos, así como su aspecto sucio y tiznado provocaba el desprecio de los pintureros manolos de barrios bajos, que, al contrario, se distinguían por su cuidado y rumbo en el acicalamiento de su persona.

Don Ramón de la Cruz dedica uno de sus sainetes, "Los bandos de Avapiés o la venganza del Zurdillo", a pintar una de aquellas contiendas, en la que triunfan los del Barquillo, que, como más brutos que eran, solían ser los vendedores. A veces, la rivalidad llegaba hasta el barrio a barrio entre los altos de la chispería, y ello se marcaba sobre todo en las pedreas de los chicos, que se lanzaban en coplas sus carteles de desafío.

     "Si no me habéis conocido
      en el pico del sombrero,
      soy del barrio del Barquillo, 
      traigo bandera de fuego"


Y contestaban los otros:
      "Aquí están las Maravillas
       con deseos de reñir;
       menos lengua y más pedradas,
       señores del Barquillí"


Aquello del pico del sombrero no dejaba de tener su importancia, porque en 1727 se estableció en la calle del Barquillo la mejor fábrica de sombreros que se conocía en Madrid, fundada por Vicente González, y trasladada más tarde a la calle de la Montera, pero quedando la fama del sitio en su primera instalación.


En el número 11, esquina a la calle del Arco de Santa María, está el elegante edificio construido a la francesa, entre patio y jardín, que fue palacio de Lombillo y en el que después estuvo el Círculo de Bellas Artes. En el número 24 nació el general Castaños y en el 5 hay una lápida recordando que allí vivió, cuando tenia su despacho notarial en Madrid, don Joaquín Costa.  En el 7 habitó su última casa el dramaturgo Eduardo Marquina. También tienen en esta calle la sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid y sendas oficinas de la Tabacalera y la ONCE (cuya afluencia de asociados llegó a darle durante un tiempo a esta vía el sobre-título de «calle de los ciegos»).

En el 14 duplicado se instaló, cuando empezaba en esta capital el furor de la afición al cinematógrafo una de tantas barracas para la exhibición de esas proyecciones. Allí permaneció algún tiempo, alternando las películas con el género llamado de variedades, hasta que sobre su solar se levantó un teatro que fue denominado de la Infanta Isabel.


Otro comercio 'exquisito' fue La Villa Mouriscot, famosa repostería madrileña (llamada así en recuerdo de la quinta donde se citaron los reales novios Alfonso y Victoria Eugenia.




En la segunda mitad del siglo XX se la llamó "calle del Sonido" por la concentración en ella de comercios dedicados a la venta de equipos de música, gremio efímero del que apenas ha quedado representación.

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