domingo, 8 de marzo de 2015

Calle de las Infantas

Calle de las Infantas

La calle de las Infantas transcurre entre la calle de Fuencarral y la Plaza del Rey.

El nombre de la calle aparece ya en el Plano de Texeira (1656) y supuestamente proviene de un tablado que se puso en el lugar para que, en el siglo XVII, las infantas María y Margarita (la de Las Meninas), vieran pasar una procesión encabezada por su padre, Felipe IV.

Durante la Revolución de 1868 se llamó calle de la Marina Española, y en la Guerra Civil calle de Rosalía de Castro.

El primer tramo, entre las calles de Fuencarral y de Hortaleza, tuvo antes de pertenecer a Infantas su propio nombre, calle del Piojo, y el tramo comprendido entre la calle Marqués de Valdeiglesias y la Plaza del Rey se llamó calle de las Siete Chimeneas.

Fueron muchas las barras y cafés ilustres que hubo en el pasado. En un artículo de 1833 Larra citaba Genieys, una fonda para la burguesía madrileña que aspiraba a algo más que los habituales garbanzos, de la que decía:
Linda fonda: es preciso comer de seis a siete duros para no comer mal”. Seguía el periodista romántico diciendo que allí no había “ni un mueble elegante, ni un criado decente, ni Burdeos ni Champagne” para, por último, alabar que se “servían croquetas, asados y chuletas a la papillote”. En Genieys sucedió un evento de resonancias hoy muy malasañeras. El 1 de mayo de 1808 el capitán Luis Daoíz retó en duelo a tres oficiales franceses.

De la calle de las Infantas dijo en su autobiografía María Teresa León que “se conspiraba entre conferencias y tazas de té”. La literata y pareja de Alberti se refería a las feministas del Lyceum Club, que tuvo su primera sede en la Casa de las Siete Chimeneas, para mudarse posteriormente a la vecina calle de San Marcos. Fundado por María de Maeztu, directora de la Residencia de Señoritas (el equivalente a la famosa Residencia de Estudiantes), se trata de una organización pionera del feminismo español.

Entre los vecinos ilustres de la calle Infantas encontramos a Jardiel Poncela, y al célebre doctor Pulido. En la calle estaba la tienda de vinos que regentaba su familia.

Además de prestigioso académico y político – ocupó numerosos cargos en los gobiernos liberales de Sagasta durante La Restauración -, el médico tiene el mérito de haber contribuido a rescatar del olvido a la comunidad sefardí. Sus estudios y su reivindicación fueron la clave de que, en época de Primo de Rivera, se concediera a los descendientes de judíos sefardíes en el exilio la nacionalidad española. A algunos de ellos esta condición les sirvió para poder venir a la España franquista durante la Segunda Guerra Mundial, salvándose de un destino peor por los pasaportes que los cónsules españoles concedieron “de tapadillo”, ya que oficialmente el gobierno español era aliado de Hitler y había instrucciones de no conceder pasaportes a judíos. De todos es sabida la posterior consideración negativa durante el franquismo y la contínua alusión a la conspiración judeo-masónica y del comunismo internacional.

Otros hitos de la calle Infantas son la plaza de Vázquez de Mella, que antes se llamó de Bilbao y de Ruiz Zorrilla, y al final, la Casa de las Siete Chimeneas. De la primera no cabe hablar aquí, del peculiar edificio coronado, efectivamente, por siete chimeneas, sí haremos una breve semblanza.


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