domingo, 29 de enero de 2023

Plaza de San Francisco

Plaza de San Francisco

Plaza situada entre la Gran Vía de San Francisco, la calle de Bailen y la calle de San Buenaventura.

La plaza de San Francisco toma el nombre de la Basílica de San Francisco el Grande que se levanta en esta plaza.


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Dice Pedro de Répide: 

Entre la Carrera de San Francisco, calles de Bailén, de los Santos, de San Buenaventura y travesía de las Vistillas, bs. de San Francisco y de las Aguas, d. de la Latina, p. de San Andrés. 

Da nombre a esta plaza el magnífico templo de San Francisco, llamado el Grande para diferenciarle de la iglesia de los mínimos de San Francisco de Paula, que estaba en la Carrera de San Jerónimo. Contiguo a este templo se halla el edifico que sirve de cuartel de Infantería y de Prisiones militares, y es el mismo que fue convento de Jesús y María, de observantes franciscanos, vasto caserón con diez patios, que da a las calles de los Santos y del Rosario, dilatándose hasta la cuesta de las Descargas, a donde iba a dar su anchurosa huerta, vecina del famoso jardín del duque de Osuna, hoy del Seminario. Este convento de San Francisco fue edificado por Sabatini, y en él, así como en el actual Instituto de San Isidro, entonces Colegio de los jesuitas, acontecieron las más sangrientas escenas de las matanzas de frailes el año 1834. 

La residencia de los franciscanos, que sólo cedía en antigüedad al monasterio benedictino de San Martín, era fundación del seráfico patriarca, que llegando a Madrid por los años de 1217, los moradores de la villa le ofrecieron como limosna un sitio fuera de los muros, sobre el río, donde el santo, con ramas y adobe, al lado de un huerto en el que había una fuentecita cuyas aguas curaron al venerable San Francisco unas tercianas que padecía, levantó un pequeño y pobre cenobio. Después sus discípulos, ayudados por los donativos de los fieles, labraron habitación más capaz, formando el primitivo convento. 

Estos lugares presenciaron la predicación del penitente de Asís, quien siempre que pasaba por delante del camposanto de la parroquia de San Andrés, se postraba en tierra para adorar al Señor, diciendo que allí tenía su sepultura un bienaventurado, que era el humilde labrador San Isidro, enterrado de misericordia entre los pobres de la feligresía. 

Más adelante, este convento se llamó de Jesús y María, y en su iglesia se construyeron las suntuosas tumbas de linajudas familias, como las de los Vargas, Ramírez, Luzones, Lujanes y Cárdenas, que fundaron en ella capillas y memorias. El noble y famoso caballero Ruy González de Clavijo, que fue en embajada al gran Tamerlán, y que murió el año 1412, mandó hacer la capilla mayor de esta iglesia para su enterramiento, que puso en medio de ella con su figura de alabastro, de donde el año 1473 le quitaron para dar sepultura a la reina doña Juana, mujer de D. Enrique IV. 

Esta princesa se había retirado a vivir en un pabellón que mandó preparar en ese convento, donde pasaba largas horas en la tribuna de la capilla de la Virgen de la Aurora y en la de San Onofre. La reina Isabel I, no contenta con ocupar el trono que correspondía a la hija de doña Juana, llevó el odio a su cuñada hasta el extremo de mandar desenterrarla, y por cierto que al abrir el ataúd hallaron el cráneo de doña Juana rodeado por una cinta, que decían ser la misma que ella arrojó a D. Beltrán de la Cueva en el paso honroso de la Florida. 

En 1617 fue renovada la iglesia, adornada con labores de mal gusto, hasta que a mediados del siguiente siglo determinaron los religiosos demolerla, por lo que en 31 de agosto de 1760 trasladó el Santísimo la comunidad a la capilla de la Orden Tercera. Luego se procedió al derribo de las naves, capillas y todo el claustro principal, y se puso la primera piedra del nuevo templo el 8 de noviembre de 1761. 

Presentó para su construcción un proyecto D. Ventura Rodríguez; pero no fue atendido, y el templo que conocemos hubo de ser alzado según la traza de tres arquitectos. Era el primero fray Francisco Cabezas, lego de la Comunidad franciscana. Le sucedió en 1770 D. Antonio Pió, y, por último, afortunadamente se hizo cargo D. Francisco Sabatini, a quien debe Madrid muchas de las bellezas arquitectónicas que hacen memorable el reinado de Carlos III. 

Cuando José Bonaparte, durante su breve reinado, quiso reunir Cortes en cumplimiento de la Constitución de Bayona, eligió este magnífico templo para la reunión del Parlamento. Y más adelante, las Constituyentes de 1837 redactaron en la ley del 6 de noviembre un artículo que decía así: «Se establecerá, en la que fue iglesia de San Francisco el Grande, de esta corte, un Panteón nacional, al que se trasladarán con la mayor pompa posible los restos de los españoles ilustres a quienes, cincuenta años al menos de su muerte, consideren las Cortes digno de este honor.» Cuatro años más tarde, la regencia de Espartero dictaba el decreto de 7 de febrero de 1841, encargando a la Academia de la Historia que propusiera al Gobierno, para que éste lo hiciera a las Cortes, los nombres de los españoles que debieran ser sepultados en el Panteón, quedando el ministerio de la Gobernación autorizado para pedir a las Cámaras un crédito extraordinario para los gastos pertinentes. 

No tuvo realización el intento, y el Gobierno revolucionario de 1869, por decreto de 31 de mayo, que expidió Ruiz Zorrilla, dispuso que se cumpliera la ley de 1837, y nombró una Comisión encargada de inaugurar el Panteón nacional con excesiva premura, pues recibió para ello el plazo de veinte días. Formaban aquélla D. Salustiano Olózaga, el general Izquierdo, el gobernador de Madrid, Moreno Benítez; D. Fernando Caballero, D. Fernando de Castro, D. Juan Eugenio Hartzenbusch, D. Ventura Ruiz de Aguilera, D. Manuel Silvela, D. Estanislao Figueras, D. Antonio Gisbert y D. Ángel Fernández de los Ríos. 

La Comisión buscó sin éxito los restos de Juan Luis Vives, que habían desaparecido en el derribo de la Catedral de San Donato, en Brujas, donde estaba su enterramiento. Los de Antonio Pérez, perdidos igualmente al ser demolida la iglesia de los Celestinos, en París. Los de Cervantes, que se supone que yacen en la iglesia de las Trinitarias; pero sin que se sepa el lugar. Los de Lope de Vega, que se perdieron en una monda de la cripta de San Sebastián, así como los de Juan de Herrera, en San Nicolás y los de Velázquez y de Jorge Juan, que corrieron la misma suerte al ser reducidos a escombros los templos de San Juan y de San Martín. 

Buscáronse inútilmente en la Catedral de Sevilla los restos de Alonso Cano. No fueron tampoco hallados en el convento de la Merced, de Soria, los de fray Gabriel Téllez, nuestro gran Tirso de Molina, ni en la toledana capilla de la escuela de Cristo los de otro insigne madrileño, D. Agustín Moreto. Ociosas fueron las pesquisas para encontrar el paradero de otras gloriosas cenizas, hallando que las del Cid se encontraban entonces en el Arco de Santa María, de la ciudad de Burgos, y las de Lanuza, en la Casa Lonja de Zaragoza. 

Por cierto que habla Fernández de los Ríos de las gestiones relativas a los restos de Pelayo, Guzmán el Bueno, Murillo, Campomanes, Goya y otros, sin volver a decir nada acerca de ellos. Los de Pelayo están en Covadonga; los de Guzmán el Bueno, en San Isidro del Campo, cerca de Sevilla y de la vieja Itálica, en Santiponce; los de Murillo, bajo el jardín de la plaza de su nombre en la famosa ciudad bética; los de Campomanes, en un nicho del patio de San Andrés, del madrileño camposanto de San Isidro, con que no era tan difícil encontrarlos, y los de Goya, en Burdeos, de donde fueron más adelante traídos a Madrid. 

Finalmente, las Cortes Constituyentes de 1869 declararon dignos de ocupar un lugar en el Panteón Nacional los restos de Juan de Mena, del Gran Capitán, de Garcilaso de la Vega, de Ambrosio de Morales, de Alonso de Ercilla, de Lanuza, de Quevedo, de Calderón de la Barca, del Marqués de la Ensenada, de Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva y Gravina. Quedó la basílica de Atocha convertida en depósito de aquellas venerables cenizas, y señalada la fecha del 20 de junio para la inauguración del Panteón Nacional, cien cañonazos, disparados a las cinco de la tarde por una sección de Artillería, en el paseo de las Delicias, anunciaron que se ponía la comitiva en marcha. 

Las carrozas que conducían los restos, y en los cuales había alguna variación respecto de la lista dispuesta por las Cortes, eran, según las notas del propio Fernández de los Ríos, variadas en su decoración, pero uniformes en su parte superior, que tenían por remate, ideado por D. Antonio Gisbert, un globo azul, con estrellas de oro sobre nubes de plata, y tendida sobre él una gasa negra ondeante. Venían los carros fúnebres por este orden: Precedíales el triunfal de España con los escudos de todas las provincias, las columnatas de Hércules, el león y la bandera nacional, tirado por cuatro caballos, con guarniciones de junquillo, rendaje y penachos de los colores nacionales. Heraldos y música militar. 

Carro de Gravina, con corona naval, los lemas: Gibraltar, Argel, Tolón, Rosas, Santo Domingo, Finisterre, Trafalgar y la leyenda que reproducía una frase de Napoleón, hablando de la batalla de Trafalgar: "Los españoles se han batido como leones, Gravina es todo genio y decisión en el combate." Iba tirado por cuatro yeguas con rendaje y penachos verdes y blancos. Como trofeos llevaba la bandera insignia de Gravina en el navío "Príncipe" y la espada, bastón y sombrero que usó en aquel memorable combate. Componían la comitiva una sección de marinería e infantería de Marina, jefes y oficiales de la Armada, Comisión y diputados de Cádiz y almirantazgo en Cuerpo. 

Carro de Villanueva, con corona de oliva, los lemas: Teatro Español, Columnata del Ayuntamiento, Pórticos del Jardín Botánico, Observatorio Astronómico, Museo de Pinturas, como leyenda, este verso de Quintana: 

"Y entre sus obras veo 

la planta del magnífico Museo." 

 Iba tirado por cuatro yeguas, con guarniciones y penachos amarillos y encarnados. Llevaba por trofeos un plano original del célebre arquitecto, y el compás y la regla que usaba Villanueva. Comitiva, los operarios de la Villa, los bomberos, una Comisión del Ayuntamiento, la Congregación y la Escuela Superior de Arquitectos. 

Carro Ventura Rodríguez, con corona de oliva. Los lemas: Oratorio del Caballero de Gracia, Fuentes del Prado, San Marcos, Palacio de Liria, Palacio de Altamira, Palacio de Boadilla, Capilla del Pilar, y como leyenda, este párrafo de Jovellanos: "Vendrá un tiempo en que la posteridad buscará entre el polvo sus diseños, curiosa de realizarlos, y le vengará de una vez de la injusticia de sus contemporáneos." Tirábanle cuatro caballos alazanes con guarniciones y penachos encarnados y blancos. Trofeos: un plano original de Ventura Rodríguez. Comitiva: guardas de Fontanería, maestros de obras, Cuerpo y Sociedad central de Arquitectura, Comisión del Ayuntamiento de Ciempozuelos y Academia de Bellas Artes en Corporación. 

Carro del Conde de Aranda, con corona de laurel. Los lemas: Presidente del Consejo de Castilla, Director de Artillería e Ingenieros, Capitán General, Embajador en Lisboa, París y Varsovia, Oposición a la Inquisición, Sociedades y Amigos del País, Colonias de Somosierra. Y la leyenda, con palabras del mismo Aranda: "Los que velan por la paz y las libertades públicas merecen que la patria los coloque en el templo de la inmortalidad." Iba tirado por cuatro caballos tordos, con guarniciones y penachos, encarnados y amarillos. Trofeos: Llave, espadín y entorchados y placa de Aranda. Comitiva: Ferrer del Río, autor de la "Historia de Carlos III", Sociedad Económica Matritense, Audiencia de Madrid en Cuerpo y etiqueta, Dirección de Artillería, Dirección de Ingenieros, Comisión de la Diputación y Ayuntamiento de Huesca, diputados a Cortes por la misma provincia, ujieres y Tribunal Supremo de Justicia. 

Carro de Ensenada, con corona de mirto. Lemas: Secretario de Estado, Guerra, Marina, Indias y Hacienda, Gobernador del Consejo, Lugarteniente del Almirantazgo, Concordato de 1754, y por leyenda, una frase de Carlos III: "Fue sacrificado por haberse opuesto a la ruina de su amo y de esta Monarquía." Tirado por cuatro yeguas, con rendaje y penachos morados y blancos. Trofeos, modelos de navío de los construidos en tiempo de aquel buen ministro. Comitiva: marqués de la Ensenada, sección de marinería e infantería de Marina, Comisión de Medina del Campo, almirantes, jefes y oficiales de la Armada, diputados por Valladolid, ujieres y Consejo de Estado en Corporación. 

Carro de Calderón de la Barca, con corona de laurel y los lemas: "La vida es sueño. El alcalde de Zalamea. A secreto, agravio... Casa con dos puertas. La dama duende", y la leyenda: 

"Acudamos a lo eterno,

que es la fama vividora, 

donde ni duermen las dichas

ni las grandes reposan."

(Calderón.) 

 Hacían el tiro cuatro yeguas con rendaje y penachos azul y blanco. Trofeo: la mejor edición de las obras de Calderón, impresa en el Extranjero. Comitiva: D. Patricio de la Escosura. Presbíteros naturales de Madrid. Claustro de profesores del Conservatorio. Artistas y escritores dramáticos. Comisión del Ayuntamiento de Madrid. 

Carro de Quevedo, con corona de laurel y los lemas: "Sueños morales. Política de Dios y gobierno de Cristo. La fortuna con seso. El epicteto español. Focílides. Marco Bruto. El sueño de las calaveras. Las zahurdas de Plutón. Libro de todas las cosas. Culta latiniparla", y la leyenda: 

"¿No ha de haber un espíritu valiente?

¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?

¿Nunca se ha de decir lo que se siente?"

 (Quevedo.) 

 El tiro iba formado por cuatro yeguas con rendaje encarnado y amarillo. Trofeo: obras de Quevedo. Comitiva: D. Eulogio Florentino Sanz. Prensa de Madrid y provincias y corresponsales de periódicos extranjeros. Academia de Ciencias Morales y Políticas, en corporación y etiqueta. Ayuntamiento de Madrid, precedido de maceros. 

Carro de Ercilla, precedido de dos batidores de coraceros con media armadura. Corona de laurel. Los lemas: "Millaraque, Araúco", y la leyenda: 

"Y las honras consisten, no en tenerlas, sino sólo en llegar a merecerlas." 

(Ercilla.)  

El tiro, de cuatro caballos con rendaje encarnado y amarillo. Trofeos cogidos en Araúco, el poema "La Araucana". Comitiva: Dos caballos de respeto, con rendaje y gualdrapa azul y plata uno, y carmesí y oro el otro. Milicianos nacionales veteranos. Comisión del Ayuntamiento de Ocaña. Diputación de las provincias vascongadas, Academia Española. 

Carro de Morales, con corona de oliva. Los lemas: "Crónica de España. Antigüedades de España", y la leyenda: "Me dispuse de veras a escribir la historia por socorrer esta necesidad de mi nación y volver por la honra y autoridad de España." (Morales.) Los caballos llevaban las guarniciones encarnadas y amarillas. Trofeos: obras de Morales. Comitiva: escolares de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid. Cuerpo de Archivos y Biblioteca. Claustro de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid. Comisión de la Diputación y Ayuntamiento de Córdoba. Diputados por Córdoba. Academia de la Historia. 

Carro de Garcilaso, precedido de dos batidores de coraceros, corona de rosa y hiedra. Los lemas: "Viena, Túnez, Frejus, Embajada en Roma", y la leyenda: 

"Tomando, ora la espada, ora la pluma." (Garcilaso.) 

El tiro llevaba rendaje azul y blanco. Trofeos: espada y armadura de Garcilaso. Comitiva: dos caballos de respeto, con gualdrapas verde y oro el uno y morado y plata el otro. Ateneo, Comisión de Toledo, con su Ayuntamiento y diputados a Cortes. 

Carro de Laguna, con corona de laurel. Los lemas: "Método anatómico. Epítome de las obras de Galeno. De herba panacea. Anotaciones a Dioscórides", y la leyenda: 

"Gloria de su patria fue en Medicina y en fe." 

El tiro llevaba en sus guarniciones los colores nacionales. Trofeos: obras de Laguna. Comitiva: escolares de la Facultad de Medicina de Madrid. Cuerpo de Sanidad militar. Academia de Medicina y de Ciencias Físicas. Claustros de Escuela de Farmacia y de la Facultad de Medicina. 

Carro de Gonzalo de Córdoba, precedido de dos batidores de coraceros. Corona de laurel, y los lemas: "Granada. Regio. Santa Agata. Fiumar. Muro. Catana, Bañeza, Ostia. Diana. Cefalonia. Ceriñola. Canosa. Melfin. Garellano. Gaeta. Nápoles". Doscientas banderas y dos pendones reales. Leyenda: "Más quiero buscar la muerte dando tres pasos adelante, que vivir un siglo dando uno solo hacia atrás." El rendaje del tiro era encarnado, blanco y oro. Trofeos: espada y armadura del Gran Capitán. Comitiva: dos caballos de respeto, el primero con gualdrapa coral y oro, y el segundo, amarillo y plata. El general D. Fernando Fernández de Córdova, director de Infantería. Cuerpo de Inválidos y Administración militar. Dirección de Infantería. Oficiales del Ejército y voluntarios. Brigadieres y generales. Comisiones del Ayuntamiento de Montilla y Diputación provincial de Granada. Tribunal Supremo de Guerra. Música militar. 

Carro de Juan de Mena, con corona de oliva, el lema de "Laberinto" y la leyenda: 

"La flaca barquilla de mis pensamientos,

creyendo mudanza de tiempos oscuros,

cansada ya toma los puntos oscuros,

la tenue mudanza de los elementos."

(Mena.)  

El tiro llevaba las guarniciones de encarnado y oro. Trofeos: poesías de Juan de Mena. Comitiva: escritores, poetas líricos españoles, Comisiones del Ayuntamiento de Torrelaguna y de la Diputación provincial de Madrid. 

Carro de la Fama, con las banderas de todas las naciones de Europa. Tirado por cuatro yeguas con guarniciones a la antigua de pechera, rendaje encarnado y oro y penachos encarnados y blancos. Arquitectos que investigaron los enterramientos en Madrid. Notarios que autorizaron las actas. Comisión nombrada para inaugurar el panteón. Maceros de las Cortes. Cortes Constituyentes. Cuerpo diplomático extranjero. Consejo de ministros. Dos compañías del Ejército. Dos de voluntarios. Una sección de Artillería. Un escuadrón de voluntarios y otro de coraceros. 

Además, aquel día estuvieron adornadas con inscripciones, coronas y flores las casas en que vivieron Cervantes, Calderón, Lope, Quevedo, Moreto, el conde de Aranda y Ventura Rodríguez. 

Al pasar por el arco de la plaza Mayor a la calle de Toledo, un coro de 400 voces entonó un himno, letra de Blasco y música de Arrieta. Eran cerca de las ocho de la noche cuando una sección de Artillería, colocada en el Campillo de Gilimón, anunciaba con cien cañonazos la llegada de la comitiva al Panteón, cuya fachada ostentaba un adorno de coronas y guirnaldas y esta leyenda en el medallón central: «Piramidum altius», y bajo él: «España, a sus preclaros hijos. » 

En aquella solemnidad fue la primera vez que se utilizó la electricidad para las iluminaciones públicas. Tres grandes focos lucieron en el interior del templo, y en el exterior apareció la cúpula encendida con poderosas luminarias. 

Los restos quedaron, de la manera más decorosa que se pudo, colocados en la primera capilla de la derecha, y el Sr. Fernández de los Ríos propuso conservar allí los venerables sepulcros que debían acompañar aquellas cenizas, con lo que no se hubieran perdido tantas considerables obras de arte funerario como han destruido la barbarie y la ignorancia. 

En 1873 algo quiso hacer Castelar para que cesara aquel abandono; pero sus buenos propósitos fueron inútiles, y así aconteció que el proyecto de Panteón nacional comenzó a quebrantarse cuando un año después acordóse devolver a la Sacramental de San Nicolás los restos de Calderón de la Barca, y el día 13 de octubre, en medio de una horrible tempestad, formóse la comitiva para ello, siendo el coche fúnebre del gran poeta el primero que hubo de pasar por el recién terminado viaducto sobre la calle de Segovia. 

Como por entonces se terminaba la plaza de toros de la carretera de Aragón, construida en pocos meses, D. Rafael García Santisteban hizo un soneto, que terminaba así: 

"Por el arte español, Madrid se afana;

si hoy la plaza de toros se alza altiva,

el Panteón se elevará... mañana."  

El Panteón no llegó a ser. Poco a poco tornaron las venerables cenizas al lugar de donde fueron traídas, o encontraron otro piadoso refugio. Villanueva y Ventura Rodríguez tienen su sepultura en la capilla de Belén, que la Hermandad de Arquitectos posee en la parroquia de San Sebastián. El conde de Aranda yace en San Juan de la Peña, donde nació la monarquía aragonesa. Calderón encuentra, después de varia peregrinación, asilo en la iglesia de San Pedro de los Naturales, parroquia de los Dolores, al final de la calle Ancha de San Bernardo. Quevedo volvió a Villanueva de los Infantes. Lanuza, a Zaragoza, Andrés Laguna, a la parroquia de San Miguel, en Segovia. Ercilla, a las carmelitas de Ocaña. y Juan de Mena, a la parroquial de Torrelaguna. 

A fines del siglo XIX, con fondos de la Obra Pía de Jerusalén, se procedió a la restauración de la iglesia de San Francisco el Grande. Comenzaron los trabajos en 1881, y reanudóse el culto el 26 de enero de 1889. 

La cúpula se divide en ocho compartimentos. En el que da frente a la entrada hay una pintura de Casto Plasencia, que es la alegoría de la Asunción de la Virgen. A uno y otro lado se ven figuras de santas y santos españoles, pintados por Francisco Jover. Siguen otras dos alegorías de Plasencia, con unos coros de ángeles. Domínguez pintó los padres y doctores de la iglesia, y acaba el decorado de la rotonda con una apoteosis de San Francisco, obra de Martínez Cubells. Ferrán pintó los evangelistas y los profetas. 

El centro de la capilla mayor está ocupado por el tríptico de Ferrán y Domínguez «El jubileo de la Porciúncula». La parte izquierda es de Ferrán, y representa la concesión de Jubileo por el Papa Honorio III. La parte derecha, de Domínguez, figura la visita del ángel a San Francisco. El cuadro central es de ambos pintores, y representa la aparición de Jesucristo y de la Virgen al santo. 

Los ángeles, sobre fondo de oro, que destacan en la parte alta del ábside, y el cuadro de la bóveda, representando el tránsito de la Virgen, son de José Contreras. Los evangelistas, hechos en madera imitando bronce, son de San Martí y Molinelli. Los púlpitos de Nicoli (padre e hijo), y los tornavoces fueron colocados bajo la dirección del arquitecto Amador de los Ríos. La sillería es la del monasterio del Parral, de Segovia, restaurada por Ángel Guirao. 

La primera capilla a la mano izquierda, contando desde la entrada al templo, es la de San Francisco, y conserva las pinturas antiguas de la iglesia, «San Francisco», de Goya; «San Antonio», de Zacarías Velázquez, y «San Buenaventura», de Calleja. 

Capilla de las Ordenes militares. Tiene las siguientes pinturas: «Santiago en la batalla de Clavijo», cuadro de Casado del Alisal; «San Juan bautizando al pueblo», de Contreras, y la «Confirmación de la Orden de Santiago», de Manuel Ramírez, con dibujo de Casado. La cúpula representa una alegoría de las Órdenes militares, por Martínez Cubells. 

Capilla de Carlos III: «Alegoría de la institución de la Orden creada por aquel monarca», obra de Casto Plasencia, de quien es también la cúpula con el mismo asunto. Aquella pintura ofrece una curiosidad artístico-literaria. El ángel rubio que aparece en ella es el retrato de Joaquín Dicenta, que siendo niño vivía en la calle de Fuencarral, esquina a la de la Malasaña, entonces Peninsular, donde tenía Plasencia su estudio en esa época; utilizó como modelo al travieso rapaz, que subía a revolverle el estudio y a deleitarle con su despierto ingenio. «La declaración del dogma de la Concepción», por Oliva Rodrigo, y la «Virgen del Carmen», por Domínguez, completa la decoración. 

Capilla de la Concepción, primera de la derecha. Tiene, como su correspondiente del otro lado, pinturas antiguas. La «Concepción», de Maella; «San José», de Gregorio Ferro; «Santo Domingo y San Francisco», de Castillo. 

Capilla de las Mercedes. Está toda decorada por D. Carlos Luis de Rivera. Son sus asuntos: «La apoteosis de la Virgen», la «Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua» y el «Amor de Cristo a los niños». 

Capilla bizantina. «Calvario», de Germán Hernández: el «Sermón de la Montaña», de Moreno Carbonero, y el «Entierro de Cristo», de Muñoz Degrain. El altar fue dirigido por D. Ramiro Amador de los Ríos, igual que los confesionarios. 

La bóveda del coro representa «El entierro de San Francisco», composición de D. Carlos Luis de Rivera, pintada por Plasencia. La sillería procede del monasterio de El Paular, y fue restaurada, como la capilla mayor, por Ángel Guirao. 

Las estatuas que aparecen a la entrada de las capillas son de mármol de Carrara, y tienen de altura, sin contar el pedestal, dos metros y diez centímetros. Representan los apóstoles, por este orden: San Pedro y San Pablo, de Suñol; San Bartolomé y San Andrés, de Bellver; San Tadeo, de Gandarias; San Juan, de Sansó; San Mateo, de Benlliure; Santiago el Mayor, de Vallmitjana; San Simón y San Felipe, de Moltó; Santiago el Menor y Santo Tomas, de Elías Martín. 

Las cuatro puertas nuevas del atrio, modelo de tallas, son obra del artista madrileño Antonio Varela. Los santos que en ella se ven, son: San Francisco, Santo Domingo, San Buenaventura y San Basilio. 

En el número 2 de esta plaza se halla la Casa de Caridad para recoger sirvientas desocupadas. Y el espacio de la plazuela, teatro del desfile de la pompa oficial en tantas ceremonias de «Tedéum» y honras fúnebres oficiales, más otras singularísimas, como la del Congreso Eucarístico y la de la consagración de España al Corazón de Jesús, sirvió también algún tiempo de escena a la primitiva verbena de los Ángeles, que ahora se celebra en los Cuatro Caminos. 
La basílica de San Francisco el Grande fue construida en estilo neoclásico en la segunda mitad del siglo XVIII, a partir de un diseño de Francisco Cabezas, desarrollado por Antonio Pló y finalizado por Francesco Sabatini. El edificio destaca por su cúpula, considerada como la tercera de planta circular de mayor diámetro de la cristiandad; por su suntuosa decoración interior, realizada en estilo ecléctico a finales del siglo XIX; y por su pinacoteca, representativa de la pintura española de los siglos XVII a XIX, con cuadros de Zurbarán y Goya.

Su titularidad corresponde a la Obra Pía de los Santos Lugares de Jerusalén, organismo autónomo dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación. El 19 de octubre de 1980 fue declarada Monumento Nacional, según Real Decreto, recibiendo por tanto la condición de Bien de Interés Cultural (BIC).

El lugar estuvo ocupado anteriormente por un convento-ermita franciscano, que, según la leyenda, fue fundado por San Francisco de Asís en 1217. Cuando Felipe II convirtió Madrid en capital del reino, en 1561, el convento fue ganando en riqueza e importancia y llegó a recibir la custodia de los Santos Lugares conquistados por los cruzados, mediante una Junta Protectora de la Obra Pía de Jerusalén, y el Comisariado General de Indias.

En 1760, los franciscanos derribaron la primitiva edificación para construir, sobre su solar, un templo más grande, que encargaron al arquitecto Ventura Rodríguez. Su proyecto, firmado en 1761, fue desestimado, a favor de un diseño del fraile Francisco Cabezas, redactado por José de Hermosilla. Cabezas concibió una amplia rotonda para el espacio interior, cubierta por una grandiosa cúpula.

Sin embargo, las obras tuvieron que suspenderse en 1768, debido a las complicaciones técnicas surgidas, lo que obligó a Cabezas a abandonar el proyecto, presionado por Ventura Rodríguez, quien aprovechó su influencia dentro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Las obras fueron encomendadas entonces a Antonio Pló, que se hizo cargo de la cúpula, concluyéndola en 1770.

En 1776 la comunidad de frailes solicitó al rey Carlos III que se incorporara al proyecto el arquitecto real Francesco Sabatini, uno de los artífices del Palacio Real, a quien se debe la fachada principal y las dos torres que la coronan. También se sumó Miguel Fernández, en calidad de asesor técnico. El edificio fue finalizado en 1784.

Durante el reinado de José I (1808-1813), se pensó en destinar el templo a Salón de Cortes, a partir de una remodelación proyectada por el arquitecto Silvestre Pérez. Finalmente, fue convertido en hospital, según Decreto de 3 de marzo de 1812.

En el año 1836, en el contexto de la desamortización de Mendizábal, los franciscanos fueron expulsados y el edificio quedó en manos del Estado español, a través del organismo Patrimonio Real. Un año después, se barajó la posibilidad de convertirlo en Panteón Nacional, pero la iniciativa no pudo materializarse. En 1838, sirvió de sede a un cuartel de infantería, al tiempo que volvió a recuperarse el culto religioso. La Junta Protectora de la Obra Pía de Jerusalén quedó bajo la titularidad del Estado.

En 1869 se retomó la idea del Panteón Nacional. Durante los cinco años siguientes, albergó los restos mortales de diferentes personalidades de la historia española, entre ellos los de Calderón de la Barca, Alonso de Ercilla, Garcilaso de la Vega, Francisco de Quevedo, Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva y Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán). Fueron depositados en una capilla y devueltos en 1874 a sus respectivos lugares de origen.

En 1879, el templo fue objeto de una profunda reforma y restauración, impulsada por el político Antonio Cánovas del Castillo y financiada por el Ministerio del Estado. La rehabilitación fue aprovechada para decorar su interior, en un proceso que se extendió desde 1880 hasta 1889 y en el que intervinieron diferentes artistas españoles especializados en pinturas murales y artes decorativas, entre los que cabe destacar a Casto Plasencia, José Casado del Alisal y Salvador Martínez Cubells. La mayoría de sus estudios y bocetos se conservan en el Museo del Prado.2

Las obras fueron realizadas a expensas de los fondos de la Obra Pía de los Santos Lugares, dirigiéndolas, por parte del Ministerio de Estado, Jacobo Prendergast. En la reforma tomaron parte escultores tan renombrados como Jerónimo Suñol, Justo Gandarias Plazón, Mariano Benlliure, Ricardo Bellver, Juan Samsó y Antonio Moltó; pintores de la fama de Carlos Luis de Ribera y Fieve, Alejandro Ferrant y Fischermans, Casto Plasencia, Germán Hernández Amores, Manuel Domínguez Sánchez, José Casado del Alisal, José Moreno Carbonero, Antonio Muñoz Degraín, Salvador Martínez Cubells, Francisco Jover y Casanova, Eugenio Oliva y Rodrigo, José Marcelo Contreras y Muñoz y Manuel Ramírez Ibáñez.

También ejecutaron obras de talla y ornamentación Francisco Molinelli, Pedro Nicoli y Varela.

En 1926, el rey Alfonso XIII devolvió el templo a los franciscanos. El 30 de junio de 1962 fue declarado Basílica menor por el papa Juan XXIII y el 8 de noviembre del mismo año quedó bajo la advocación de Nuestra Señora de los Ángeles, tras una nueva consagración.

A lo largo del siglo XX se fueron sucediendo reformas y rehabilitaciones, permaneciendo cerrado durante décadas. Cabe señalar la iniciada en 1971, abordada por el arquitecto Luis Feduchi, en la que se actuó sobre las cubiertas y la cúpula, con la impermeabilización del emplomado y la restauración de los frescos del domo.

En noviembre de 2001, tras décadas en obras, la iglesia volvió a abrirse al público y en 2006 fueron desmontados los andamios instalados en el interior, con los que los restauradores procedieron a la recuperación de las pinturas murales.


Al oeste del edificio, se enclava otro parque, conocido como La Cornisa, por su emplazamiento al borde de la hondonada que forma el valle del río Manzanares.

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