lunes, 23 de enero de 2023

Cuesta de la Vega

Cuesta de la Vega

La Cuesta de la Vega transcurre sobre uno de los barrancos que sirvieron de defensa natural a la ciudadela musulmana de Mayrit. Sigue la dirección este-oeste y, tras salvar un fuerte desnivel, pone en comunicación la calle Mayor con el valle del río Manzanares. Arranca junto a la cripta neorrománica de la Catedral de la Almudena y, bordeando la cerca de los jardines del Campo del Moro, llega hasta el Parque de Atenas, en la zona de influencia de la calle de Segovia. Presenta un trazado curvilíneo, adaptado a la complicada orografía del terreno.

La actual disposición de la Cuesta de la Vega se debe a la reforma proyectada por los arquitectos Sánchez Pescador y Pascual Colomer hacia 1849. Para resolver el gran desnivel de la cornisa de Madrid, se decide optar por una sucesión de dobles rampas a derecha e izquierda. Los espacios entre las rampas, actualmente ocupados por jardines, estaban destinados a ser manzanas de viviendas.

La cuesta toma su nombre de la desaparecida Puerta de la Vega, uno de los tres accesos con los que contaba la antigua muralla árabe. Esta construcción fue erigida durante la dominación islámica de la Península Ibérica, en una fecha indeterminada comprendida entre los años 860 y 880. Defendía la almudaina, que puede considerarse como el núcleo fundacional de la ciudad. Fue levantada por el emir cordobés Muhammad I (852-886) para asegurar la defensa de Toledo ante las incursiones cristianas procedentes del norte peninsular.

De este recinto amurallado se conservan diferentes restos diseminados. Los más importantes se encuentran en la Cuesta de la Vega y consisten en un lienzo de piedra de caliza y sílex, de aproximadamente 120 m de longitud, donde se aprecian las pautas habituales de la arquitectura militar andalusí: torres de planta cuadrangular, con zarpa en la base, y con una disposición poco saliente con respecto al muro principal.

En el subsuelo de la plaza de la Armería existe otro tramo de muralla, de unos 70 m de largo. Fue descubierto entre 1999 y 2000, durante las obras de construcción del Museo de Colecciones Reales, que, una vez terminado, albergará diferentes fondos pertenecientes a Patrimonio Nacional, entre ellos los depositados en el actual Museo de Carruajes.
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Dice Pedro de Répide de esta vía:

De la calle Mayor al paseo Alto de la Virgen del Puerto, bs. del Ayuntamiento y de Carlos III, ds. de la Latina y de Palacio, p. de Santa María la Real de la Almudena. 

Actualmente se ha incluido en la calle Mayor la parte correspondiente entre la calle de Bailén y el pretil de los jardinillos; pero generalmente se considera el comienzo de la cuesta de la Vega al nivel de la altura del Viaducto. En ese trozo se hallaban antes comprendidas las calles de Malpica, de Santa Ana la Vieja y de Pumar, más la plaza del Postigo, que era donde estaba la puerta de la Vega. Allí estaban las casas del marqués de Malpica, que empezaba junto a la calle de Procuradores (fachada occidental de Palacio de Consejos), y cuyo derribo fue necesario para la prolongación de la calle de Bailén y apertura del Viaducto. Esas casas de los Malpica y Povar habían sido propiedad de la familia de los Bozmediano, ilustre linaje madrileño a quien pertenecía también aquélla, sobre cuyo solar se edificó la de Uceda, hoy de los Consejos, y en la que Carlos V habitó mientras duraban las obras que había mandado emprender en el Alcázar. 

En esta casa de Malpica, que daba a la cuesta de la Vega, nació el año 1548 doña Juana Coello y Bozmediano, la heroica mujer de Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, la que facilitó su evasión y pasó el resto de su vida consagrada a la defensa del perseguido esposo. 

El palacio que ocupa el infante Don Fernando de Baviera es el que con vuelta a la calle de San Lázaro y cuesta de Ramón fue de los condes-duques de Benavente, y era vulgarmente llamado de Osuna porque, como otros de la corte, el de las Vistillas, el de la calle de Don Pedro y el de la alcantarilla de Leganitos, perteneció a aquella casa ducal, en la que por diferentes entronques llegaron a juntarse algunas de las primeras de la grandeza. 

En 1854, ese palacio de la cuesta de la Vega estaba ocupado por la Embajada de Francia, a la sazón desempeñada por el marqués de Turgot. En los días turbulentos de la revolución de julio, estuvo amenazado por las turbas, a pesar de la inmunidad que le garantizaba su pabellón extranjero. Pero el pueblo sabía que allí se había refugiado, entre otros personajes de la caída situación polaca, el propio conde de San Luis. Allí se decía que cierta suiza, criada de María Cristina, había llevado las alhajas de su señora, las cuales, según la creencia popular, constituían un considerable tesoro. 

Algunos niños de la familia real estuvieron también acogidos en el palacio de la Embajada francesa, y un infantito llamado D. Fernando murió del tifus, víctima, seguramente, de la aglomeración y el desorden que forzosamente debió de haber en aquella casa, convertida en campamento de concentración de la mayor parte de los que temían, y había bastantes con motivo para ello, las iras que el pueblo depuso, con asombrosa presteza, convencido primero por los evidentes prestigios de Espartero y de San Miguel, y dejándose luego, como estos caudillos, dominar ingenuamente por las habilidades de O'Donnell. 

Donde ha sido construida la cripta de la Almudena, y se disponen las obras para la erección de la Catedral de Madrid, estaban, a más de la antigua plaza de las Caballerizas, las mencionadas calles de Pumar y de Santa Ana la Vieja, y la casa llamada del Platero, construida a principios del siglo XVIII sobre el terreno del palacio de los duques de Alburquerque, fundado por D. Beltrán de la Cueva. Era ese famoso platero Jorge Santos, opulento joyero, quien solía decir que después de haber levantado aquel gran edificio le quedaba todavía una onza para poner debajo de cada teja. Luego su viuda, doña Josefa Abad, fundó sobre dicha casa varias obras pías a favor del colegio de San Eloy de los Plateros, de quien lo adquirió el Estado, a principios del siglo XIX para establecer allí la Caja de Amortización y Crédito público, instalando después allí el Colegio y Museo Naval y el Tribunal de Cuentas. 

La cripta de la Almudena, abierta al culto hace unos años, es la actual parroquia de Santa María, y templo en que se custodia aquella tradicional imagen. En este punto cumple recordar lo antiguo e infortunado que es el proyecto de edificar una Catedral en Madrid. Carlos V ganó bula para ello, expedida en 23 de julio de 1518 por el Papa León X; pero se opuso a ello el arzobispo de Toledo, Guillermo de Croy. También por oposición del primado D. Bernardo de Sandoval y Rojas quedó sin efecto la bula que con el mismo fin consiguió Felipe III del Pontífice Clemente VIII. La reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, hizo donación de 60.000 ducados para la futura Catedral, y el rey admitió además 150.000 que ofreció para ello la villa. Nombróse una junta de prelados y otros altos dignatarios para determinar la fundación; se llamaron arquitectos que trazaron los planos, y hasta se determinó el lugar, que había de ser el de las casas del almirante de Castilla, duque de Medina de Ríoseco, poco antes destruidas por un incendio, y que se hallaban contiguas a la iglesia de Santa María, dando frente al arco de la casa de Pajes. Llegóse a la ceremonia de poner la primera piedra, celebrada con toda pompa y solemnidad el 15 de noviembre de 1623, y como ha acontecido tantas veces, no se llegó a la colocación de la segunda. 

En el almanaque de «El Museo Universal» para 1867 aparece una caricatura de Ortego, en la que cuatro extranjeros interrogan a un cicerone madrileño. Uno le pregunta por el Teatro Nacional; otro, por la Exposición hispanoamericana; otro, por el puente de la calle de Bailén, y otro, por la Catedral de Madrid. De todos esos proyectos, sólo existe realizado el Viaducto, que se inauguró siete años después de la referida sátira del gran dibujante. En 1878, el rey D. Alfonso XII, deseoso de construir enterramiento cerca del real Palacio a su esposa doña María de las Mercedes, dio un nuevo y poderoso impulso al viejo intento de edificar la iglesia Catedral, más justificado desde el momento en que ya estaba creada la diócesis matritense. Quería el monarca que fuese erigido el nuevo templo entre el arco de la Armería y la cuesta de la Vega, y para ello trazó los planos el arquitecto marqués de Cubas. 

Las obras de la Catedral van despacio; pero hace escasamente cuatro lustros quedó abierta al culto la vasta cripta, a la que fue trasladada la Virgen de la Almudena desde la iglesia de las monjas del Sacramento, donde, como la parroquia de Santa María, permaneció accidentalmente al ser derruido el templo que tenía su secular emplazamiento frente al palacio de Uceda. 

Sólo ha variado en algunos metros el emplazamiento de la parroquia de Santa María, la más antigua de las de la villa, situada ahora a mayor proximidad del sitio en que fue hallada la imagen de la Almudena, a la cual sirve de templo. 

Dícese que la iglesia primitiva fue Catedral, y luego residencia de canónigos regulares, asegurándose además que éstos pertenecía a la Orden de San Agustín, por- que en el año 1618 fue hallado en un trozo de antiquísimo claustro la sepultura de un monje, cuya momia conservaba restos de un hábito al que ceñía una correa. La piedra que cerraba su sepulcro tenía una inscripción que databa del tiempo de los reyes godos. 

Sirvió de mezquita en tiempo de los moros; pero luego que Alfonso VI ganó a Madrid, la mandó purificar y consagrar de nuevo. A esa época se hace remontar la pintura de la Virgen de la Flor de Lis que apareció en el muro, el año 1624, detrás del retablo del altar mayor, y fue descubierta al poner allí la imagen de la Almudena que estaba en una capilla pequeña, y era trasladada a aquel preeminente lugar con motivo de una novena que mandó hacer la reina doña Isabel de Borbón, que estaba encinta de la infanta doña Margarita. Al acomodar el nicho en que había de tener colocación la de la Almudena fue necesario quitar algunos tableros del retablo, y entonces se descubrió detrás la otra imagen, que estaba pintada en el muro en otro nicho, y sobre dos columnas que había a sus lados, se levantaba un arco trazado a pincel, formando un retablillo. 

Esta imagen, de la que existe trasunto y a la que se da culto, habiendo una Congregación dedicada a ello, era de vara y media de altura, su postura; moreno el rostro, la cabeza sin toca ni corona, sino con diadema; los cabellos, largos, caídos sobre los hombros; el cuello descubierto, y, pendiente de él, un joyel que cae sobre el pecho; verde el vestido, blanco el manto con su orla y forrado en rojo. Al lado izquierdo tenía sentado en su regazo el Niño, también ornado con diadema; la siniestra mano asiendo un Mundo, y levantando la diestra en acción de bendecir. Vestía una túnica encarnada. Y la mano derecha de la Virgen sostenía una flor de lis arrimada al pecho debajo del joyel. 

Supúsose que, además de ser de tiempo de Alfonso VI, el emblema del áureo lirio señalaba la época de una reina francesa, como lo era doña Constanza, la segunda mujer de aquel monarca. Pues desde él hasta Felipe II no hubo rey que casara con princesa de Francia, porque no se contaban ni a doña Blanca de Borbón, con quien no quiso vivir D. Pedro I, ni doña Germana de Foix, la segunda esposa de Fernando el Católico, la cual residió poco entre españoles, y no fue jamás bien quista de ellos. 

El maestro Juan López de Hoyos dice que la Virgen de la Almudena se llama así porque en árabe el vocablo "almud" es lo mismo que, entre nosotros, medida de trigo, y porque en la puerta de la Vega había una medida de piedra, a modo de media fanega, y dentro de esa muralla antigua no había más templo que el de aquella imagen. Afirmaciones éstas que combate el licenciado Jerónimo de Quintana. 

Lo cierto es que la efigie es antiquísima, y que al llegar a Madrid la invasión sarracena, los cristianos la escondieron en un cubo de la muralla que estaba próxima a la iglesia mayor, y en el que permaneció oculta por espacio de trescientos setenta y tres años. Dícese que cuando Madrid fue ganada por el rey Alfonso VI, hízose una procesión en rogativa de poder dar con el paraje en que según tradición estaba escondida la imagen. Y es fama que la misma noche de ese día derrumbóse un gran pedazo del muro cercano al cubo, de modo que al acudir a reparar la destrucción hallaron la efigie cuya invención solicitaban. Y porque a aquella parte de la muralla estaba junta una casa que los árabes llamaban Almudena, que es lo mismo que en castellano alhóndiga o alholí, donde se guardaba el trigo para la provisión del lugar, derivando el nombre de aquel pósito de los almudes con que medían el grano, dieron ese nombre a la buscada imagen, que fue inmediatamente trasladada a la iglesia de Santa María. 

Ya quedan referidos los intentos para hacer Catedral a esta iglesia en los siglos XVI y XVII, y colegiata de no poder conseguirse el obispado de Madrid. Fracasados esos proyectos de un nuevo y más anchuroso templo, Felipe IV hizo reparar la iglesia antigua, metiendo cimientos a la capilla mayor, haciendo nuevo retablo, que fue cubierto por planchas de plata costeadas por la villa de Madrid en 1640, y trono en que fue puesta la Virgen que desde 1616 ostentaba la corona que la hubo de regalar la reina de Francia doña Ana de Austria. En el segundo cuerpo de ese retablo había un cuadro de Alonso Cano que representaba a San Isidro sacando a su hijo del pozo. 

Lo más notable de la parroquia era la capilla de Santa Ana, levantada en 1542 a expensas de Juan de Bozmediano, según el estilo del Renacimiento. Parece ser que sin llegar al mérito de la capilla del Obispo, era también notabilísima, y a más de su valía arquitectónica tenía una verja que era la más notable labor de forja que había en Madrid. La villa de Madrid hacía en esta capilla una solemne función en su día a Santa Ana, que era su Patrona y abogada. A esa fiesta acudían los gitanos, que cantaban y danzaban en el atrio de la iglesia, y a ella alude Cervantes en su inmortal novela «La gitanilla». 

La reforma del templo se concluyó en 1649, y se procedió a dorar sus paredes. El 1777, con motivo de amenazar ruina, se dio encargo a D. Ventura Rodríguez para que acorriese a su remedio, y aquel excelente arquitecto hizo cuanto pudo, afirmando el edificio y modificando su decoración. Fue lástima, sin embargo, que entonces desapareciera la antigua techumbre que cubría la iglesia, en la que se conservaban retratos de los primeros canónigos regulares y otras pinturas interesantes. 

En 1844 se reformó la escalerilla de la iglesia de Santa María, y en 1868 se emprendió la demolición de la iglesia, siendo trasladadas la Virgen de la Almudena y la de la Flor de Lis a la de las monjas del Sacramento. En 1907 inauguróse la cripta de la futura Catedral, y en ella, que constituye por sí sola un vasto templo, se halla la inmemorial parroquia de Santa María y la imagen de la Almudena, a la que está dedicada la nueva iglesia. Esta es de estilo bizantino, que contrasta con el gótico que se ha de dar a la Catedral que se proyecta levantar sobre aquélla. El autor del proyecto fue el marqués de Cubas. 

En el vasto plan de Saquetti para las obras del real Palacio, seguían las construcciones hasta cerca de San Francisco el Grande, con pretiles y bajadas al Campo del Moro y a la cuesta de la Vega, y un hermoso puente de piedra sobre la calle de Segovia, que debía quedar a la derecha de donde luego se trazó el Viaducto, yendo desde la cuesta de la Vega a las Vistillas. En 1853 el arquitecto de la real casa, Sr. Colomer, resucitó el proyecto del constructor de Palacio, siguiendo las obras de la plaza de la Armería, que se han concluido con el siglo XIX. Ahí ha quedado el plan grandioso del arquitecto de Felipe V, y en el cual, por cierto, figuraba la construcción de la Catedral de Madrid en el mismo sitio que se construye la actual; pero diseñada con un estilo que armonizaba con el del Palacio real, en vez del confuso efecto que supone una construcción ojival al lado de elegante residencia italianesca del siglo XVIII. 

Por cierto que en la moderna cripta de la Almudena es donde se comenzó a transgredir la prohibición de enterrar en las iglesias, dictada en tiempo de Carlos III. 

Para terminar la referencia a la parroquia de Santa María, cabe recordar que en ella hacían su primera entrada los monarcas de España; la coronada villa sacaba de ella sus procesiones y rogativas, y en sus necesidades de falta de agua y de salud de sus monarcas, llevaba los cuerpos de San Isidro y de Santa María de la Cabeza a los pies de la Virgen de la Almudena. 

Tenía esta parroquia por anejo el pueblo de Chamartín de la Rosa, donde el cura de Santa María ponía un teniente. En lo antiguo, le perteneció también parte del territorio de El Pardo, sirviéndola de anejo la ermita de Nuestra Señora del Torneo, y el rey Enrique II, cuando labró aquel palacio, concedió al párroco las tercias reales de toda la feligresía. 

También tuvo en su jurisdicción dos aldeas, ya desaparecidas. La primera, Valnegral, que estaba junto al bajo Abroñigal, o sea señalado en términos actuales entre el paseo de Recoletos y la calle de Serrano. La otra fue la de Alcubilla, próxima a Fuencarral, y que a fines del siglo XVI era ya un despoblado. 

Poco más adelante de la entrada a la ermita, y en el alto muro de contención edificado para afirmar las obras de la nueva catedral, ha sido colocada, hace veinte años, una interesante imagen de la Almudena, labrada en piedra. Estuvo en la Puerta de la Vega, edificada a principios del siglo XVIII, y desde 1830 en un murallón inmediato, donde permaneció hasta el 24 de noviembre de 1888, en que el Ayuntamiento hizo entrega de ella al marqués de Cubas, como representante de la Junta de Obras de la Nueva Catedral, y entonces fue depositada en un nicho de la cripta, de donde salió en la fecha arriba indicada para su situación actual, que es la apropiada, pues se trata de una escultura hecha para hallarse al aire libre y a proporcionada altura.  

Aproximadamente a la altura de la esquina del palacio del infante D. Fernando, hallábase la Puerta de la Vega. Era la primitiva de angosta entrada y se abría bajo una fortísima torre. Sobre la entrada había oculta una gran pesa de hierro, que en tiempo de guerra se dejaba caer violentamente sobre el enemigo que deseaba entrar. La última puerta de la Vega fue construida de nuevo en 1708, y era un arco grande con dos postigos a los lados, y sobre el de en medio otro cerrado, donde, a la parte del campo, estaba la imagen de la Almudena ya referida, con otra de la Virgen de Madrid y una lápida, que decía de este modo: 

“Reinando las Españas don Felipe V, el Animoso, y doña María Luisa de Saboya, en el año 1707, que nació el príncipe deseado de las Asturias, Luis Primero, se derribó el antiguo cubo en que estuvo la imagen de la Almudena, oculta por el temor de los sarracenos desde el año 1012, hasta el de 1085, en que reinaba don Alonso Sexto de Castilla, quien mandó hacer rogativa en todo el reino, por las cuales fue aparecida y colocada donde hoy se venera. Se hizo esta portada, año de 1708, gobernando Castilla, Aragón y Madrid don Francisco Ronquillo, caballero del Orden de Calatrava, y Corregidor de esta villa, don Alonso Pérez de Saavedra y Nava, conde de la Jarosa.” 

Los jardinillos con rampas y pretiles que bajan desde este sitio hasta el campo de la Tela, fueron formados en 1847, siendo alcalde de Madrid el conde de Vistahermosa. A una de esas rampas, por el lado del Campo del Moro, daba el edificio construido en 1833 bajo la dirección del arquitecto D. Isidro Velázquez, para cuartel de la guardia de Caballería que prestaba servicio en Palacio. Luego, hasta su demolición a fines del siglo, estuvo destinado a la Escolta Real. 

Desde los últimos pretiles hasta el paseo alto de la Virgen del Puerto se extiende el antiguo campo de la Tela de Justar, donde, en el siglo XVI, estaba la liza de los torneos. Ahora está convertido en un frondoso jardín, a cuya avenida central han dado el nombre de la Infanta María Teresa. Alguna vez este hermosos parque se vio amenazado por un absurdo proyecto de construcción de barriada, como si no hubiese otros sitios, y sin ir más lejos, al otro lado del final de la calle de Segovia, donde edificar todo lo que se apetezca. Por fortuna, se salió pronto al encuentro de semejante desatino y se salvó esa hermosa arboleda, entre la que se ha formado un vivero municipal. 

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