miércoles, 25 de febrero de 2015

Calle de Núñez de Arce

Calle de Núñez de Arce


La calle de Núñez de Arce va de la calle de la Cruz a la plaza de Santa Ana.

Recibe este nombre a partir del año 1904 en honor al poeta y dramaturgo Gaspar Núñez de Arce nacido en el año 1834 y fallecido un año antes de la adquisición del nombre de la calle.

En sus orígenes esta calle recibía el nombre de calle de la Agorera debido a una hechicera que se encontraba por estos barrios llamada María Mola con una curiosa historia. 

En el siglo XV llegó a Madrid una mujer llamada María Mola a la que se le prohibió que habitara en la villa por tratarse de una bruja.

María Mola, antes de llegar a Madrid vivía en Burgos, allí fue acusada de brujería y condenada a vergüenza publica. Como castigo la emplumaron y le colocaron un ridículo sombrero con forma de cono en la que aparecían imágenes del delito del que era acusada. De esta forma fue paseada por las calles burgalesas aguantando los insultos y escupitajos de las gentes iracundas.

Al llegar a Madrid, María Mola, conocida como “la Agorera” siguió ejerciendo sus artes adivinatorias y la brujería. Público no le faltaba, en aquella época la gente era tan supersticiosa como religiosa.

Como tenía prohibida la entrada a la villa, María tuvo que vivir a las afueras de aquel viejo Madrid, en unos arrabales cercanos a lo que hoy es la plaza de Santa Ana, concretamente en la de hoy conocida como calle Núñez de Arce.

La clientela acudía a María en busca de hechizos de amor, sortilegios para acabar con enemigos o simplemente en busca de alguna predicción para el futuro.

Parece ser que María era una gran profesional, del engaño, pues cada día su clientela era mayor y de lo más variopinto.

Un buen día, se presentó en su casa un religioso franciscano, fue a visitarla porque un compañero suyo le había hablado de las magníficas artes de la hechicera. El religioso, temeroso de Dios, como debe ser, acudió a la cita con la bruja ansioso por saber qué le podría deparar el futuro y temeroso de caer en pecado mortal.

María condujo al hombre a una sala en la que realizó un extraño y misterioso ritual y previno al religioso de lo que iba suceder al día siguiente cuando dijera su primera misa.

Faltaban pocos minutos para el amanecer, el religioso se preparaba para la misa aquella fría mañana de invierno. Mientras hacía los preparativos en la más absoluta soledad pudo escuchar algo extraño a su espalda. Desconcertado, vio algo en la oscuridad que se movía. Por la cadena de una de las lámparas de la iglesia corría algo, no sabía qué era aquello, se acercó un poco más y aquella cosa comenzó a chillar y el hombre cayó fulminado al suelo quedando inconsciente.

Poco tiempo después, el religioso fue reanimado y pudo contar que sufrió una especie de ataque de pánico al ver como un horrible demonio de grandes ojos y cuernos trepaba por la cadena de una de las lámparas de aceite de la iglesia, dijo que al ser descubierto, el demonio comenzó a chillar de una manera infernal hasta que al pobre religioso le dio un patatús y tuvo que confesar que el día anterior visitó a la Agorera y que ésta le dijo que se le aparecería o un ángel o un demonio, según el estado de su alma.

Las autoridades puestas en alerta por tal relato, hicieron una investigación y finalmente María confesó. La Agorera dijo que aquel demonio no era otra cosa que una lechuza que ella misma había soltado en la iglesia para asustar al religioso. Las autoridades indignadas aplicaron todo el peso de la Ley y aplicaron la ordenanza dictada por el rey D. Juan II de Castilla contra los hechiceros.

María, la Agorera, fue conducida al patíbulo, allí fue ahorcada y posteriormente apedreada por la muchedumbre, aunque algunas fuentes dicen que María murió en la hoguera.

Con el tiempo, la calle donde vivía María, que todos conocían como calle de la Agorera fue cambiado, incluso el nombre ya que con el paso del tiempo ese nombre derivó en “gorguera” hasta que en 1904 el Ayuntamiento cambió el nombre definitivamente por el poeta y dramaturgo Núnez de Arce.
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Dice Pedro de Répide de esta calle:

De la calle de la Cruz a la plaza del Príncipe Alfonso, b. del Príncipe, d. del Congreso, p. de San Sebastián. 

Su nombre tradicional, con el que sigue siendo conocida, es el de La Gorguera, corrupción del nombre de calle de la Agorera, pues a una hechicera, y no al plegado cuello que se usaba en el siglo xvi, se debe la denominación legendaria de esta vía. 

Trátase de una mujer llamada María Mola, que después de haber sufrido en Burgos el castigo de sus licencias y paseado la ciudad, sacada a la vergüenza, emplumada y con coroza, vino a parar en Madrid, no siéndola permitido habitar dentro de la villa, viéndose obligada a vivir en una casa de las afueras, como lo era entonces este sitio, y a ella acudían las gentes ignorantes del vulgo para consultar sus presagios. 

Pero entre los visitantes llegó a figurar un religioso franciscano, que fue allí inducido por un lego, a quien la adivina daba algunas veces un celemín de harina por vía de limosna. Iba el seráfico acometido de escrúpulos, no vacilando en acudir a una práctica prohibida y demoniaca. Y haciéndole María Mola penetrar en el recinto encantado, donde hacía sus conjuros y sortilegios, prevínole que al siguiente día, cuando él dijera la misa, que era la de alba, se le aparecería en la iglesia un ángel o un demonio, según fuera el estado de su conciencia. 

Y así aconteció que al ir a decir su primera misa, y estando el templo en tinieblas, por ser una oscura madrugada de invierno, al volverse el oficiante hacia la desierta nave, vio uno que le pareció monstruo infernal, con alas y cuernos, trepando por la cadena de la lámpara y dando agudísimos chillidos, con lo que recordando el infeliz el agüero del día anterior, tuvo por cierto que el demonio se le había aparecido, y cayó desvanecido ante el altar. 

Luego se supo que el tal demonio era sencillamente una lechuza que la bruja había soltado en el templo, y, naturalmente, había volado hacia el aceite de la lámpara. Averiguado el caso, y conforme a la ordenanza que en 1411 dictó el rey D. Juan II contra los hechiceros, recibió muerte la agorera, y después de ahorcada fue cubierto su cadáver con piedras que le arrojaron, y del antro en que vivía y ejecutaba sus satánicas artes, quedó el nombre al lugar y después a la calle que hubo de ser allí trazada. 

La calle de la Gorguera es muy típicamente madrileña, poblada generalmente de casas de huéspedes, albergadoras de toreros y de cómicos. A ella da la puerta accesoria del teatro de la Comedía y también ha tenido como lugares notables una casa de baños, ya desaparecida, y un colmado célebre, que existe todavía. En este lugar, número 13 actual de la calle, y 32 antiguo, estuvo el taller de Joaquín Ibarra, artífice insigne, y a su memoria el Ayuntamiento de Madrid dedicó el 16 de julio de este año de 1923, una inscripción en primorosos azulejos, que dice así: «Aquí estuvo la casa de Ibarra. Gloria de la Imprenta Española. 1725-1785.» Está hecha en azulejos, primorosa labor del gran artista, gala de la cerámica española, que es Enrique Guijo. 

Por acuerdo municipal de 31 de enero de 1804, cambióse oficialmente, que no en la práctica, el nombre de esta calle, dándosele el de Núñez de Arce. Don Gaspar Núñez de Arce nació en Valladolid el año 1832, según una partida de bautismo, y el 1834, según otra. Murió el 9 de junio de 1903, en Madrid, calle de la Cruzada, número 4, casa en cuya fachada que da a la plaza de Ramales, hay una lápida que así lo recuerda. 

Núñez de Arce hizo periodismo y política, figurando en los comienzos de su vida pública al lado de los representantes de las ideas más renovadoras. Su personalidad es singularmente literaria. Fue un poeta lírico, que hizo incursiones en el campo de la dramática, en la que es su mejor obra: "El haz de leña". Su libro "Gritos de combate" fue muy leído y discutido. Llamósele el cantor de la duda, y así escribió su poema "La visión de fray Martín". De este género y dimensiones son su mejor obra, el "Idilio" y "La última lamentación de lord Byron". En décimas declamatorias, que entonces gustaban mucho, escribió otro poema: "El vértigo", que fue recitado por Rafael Calvo en el teatro Español muchas noches, a manera de monólogo. Núñez de Arce cuidaba mucho la forma, y ya es de los poetas menos recordados de su tiempo. Campoamor decía que sus versos le hacían el efecto de un ratón dentro de una armadura. Y aunque el autor del "Idilio" quería mofarse de Gustavo Adolfo Bécquer, diciendo que sus composiciones eran "suspirillos germánicos", es lo cierto que quien permanece en la memoria y, sobre todo, en el corazón de las gentes, no es precisamente el retumbante constructor de versos, sino los poetas que, como supo cantar el clásico, recuerdan más al aura que pasa callada y mansamente por las montañas y no garrula y sonora en el cañaveral. 
Gaspar Núñez de Arce (Valladolid, 4 de agosto de 1834 – Madrid, 9 de junio de 1903) fue un poeta y político español que evolucionó del romanticismo hacia el realismo literario. Fue gobernador civil de Barcelona, diputado por Valladolid en 1865 y ministro de Ultramar, Interior y Educación con el partido progresista de Sagasta. Nombrado académico en 1874.

Hijo de un modesto empleado de correos, su familia quiso destinarlo a la carrera eclesiástica, pero se opuso a ingresar en el seminario y se fugó a Madrid. Allí inició algunos estudios y entró en la redacción de El Observador, un periódico liberal. Después fundó el periódico El Bachiller Honduras, que toma nombre del seudónimo que adoptó para firmar sus artículos, y donde abogó por una política que unificase las distintas ramificaciones del liberalismo. En 1849 entró en el mundo de las letras al estrenar en Toledo la pieza teatral Amor y orgullo.

Su participación como cronista en la Campaña de África (1859–1860) fue una de las causas de su posterior implicación en la vida política. Estuvo recluido en la prisión de Cáceres a causa de sus ataques contra la política conservadora del general Narváez. Cuando cayó Isabel II, fue elegido secretario de la Junta Revolucionaria de Cataluña y redactó el Manifiesto a la Nación publicado por el gobierno provisional el 26 de octubre de 1868. Fue también gobernador civil de Barcelona, diputado por Valladolid en 1865 y ministro de Ultramar, Interior y Educación con el partido progresista de Sagasta. Nombrado senador vitalicio en 1886, su salud le llevó a dejar la actividad política en 1890. Entró en la Real Academia de la Lengua el 8 de enero de 1874 y fue presidente de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles durante el periodo de 1882 a 1903.

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