miércoles, 8 de febrero de 2023

Puerta del Sol

Puerta del Sol

Aquí se encuentra desde 1950 el denominado Kilómetro Cero de las carreteras radiales españolas. También las calles toman la Puerta del Sol como referencia para la numeración de sus calles, iniciándose en el punto de la calle más cercana a esta plaza.

La Puerta del Sol fue en sus orígenes uno de los accesos de la cerca que rodeaba Madrid en el siglo XV. Esta cerca recogía en su perímetro los arrabales medievales que habían ido creciendo extramuros, en torno a la muralla cristiana del siglo XII. El nombre de la puerta proviene de un sol que adornaba la entrada, colocado ahí por estar orientada la puerta hacia levante. Entre los edificios que le daban prestigio en los comienzos se encontraba Iglesia del Buen Suceso y San Felipe el Real.

Las calles que desembocan en la Puerta del Sol son diez, en otros tiempos fueron once. La serie de ellas desde la calle de Alcalá, en el sentido de las agujas del reloj son:
    Calle Mayor
    Calle de la Montera

El edificio más antiguo de la Puerta del Sol es la Casa de Correos y en ella destaca el reloj de torre que fue construido y donado en el siglo XIX por José Rodríguez de Losada, y cuyas campanadas de las 12 de la noche del 31 de diciembre marcan la tradicional toma de las doce uvas a la gran mayoría de los españoles. Dichas campanadas se empezaron a televisar el 31 de diciembre de 1962 en La 1 de TVE, a partir de ese año no se ha dejado de retransmitir por diversos canales de televisión de España. La Puerta del Sol es un lugar de cita, un lugar de paso entre diversas partes de Madrid. Es visita turística obligada de aquellos que se acercan a Madrid.

Aunque desde los siglos XVII al XIX la puerta tenía importancia como lugar de encuentro (aquí se encontraba uno de los mentideros más famosos de la villa desde el Siglo de Oro, las famosas gradas de San Felipe), no era una plaza definida, como la Plaza Mayor, y ocupaba la mitad del espacio actual. La Casa de Correos fue construida por el arquitecto francés Jaime Marquet entre 1766 y 1768; la misma fue posteriormente Ministerio de la Gobernación (Interior) y Dirección General de Seguridad del Estado durante la dictadura franquista y, actualmente, es sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Será esta Casa de Correos la que empiece a sentar las bases urbanísticas de lo que hoy es la Puerta del Sol y su creciente importancia como punto céntrico de Madrid. Tras la conversión de la Casa de Correos en sede del Ministerio de Gobernación (1847), se decide derribar algunas casas de la zona para realzar el edificio y darle seguridad. El resultado sería la creación de una gran plaza.

Para ello, en aplicación de las leyes de desamortización de Mendizábal, se derriban, entre otros, los conventos de San Felipe y Nuestra Señora de las Victorias allí ubicados. Entre 1857 y 1862, Lucio del Valle, Juan Rivera y José Morer llevan a cabo la reforma de la plaza, dándole su fisonomía actual. Para ello mantienen la alineación de la Casa de Correos en uno de los lados y construyen edificios de viviendas con fachadas uniformes definiendo un espacio de forma semicircular.

En 1959 es reformada por Manuel Herrero Palacios incorporando en su centro una zona ajardinada y las fuentes. En 1986 los arquitectos Antonio Riviere, Javier Ortega y Antón Capitel introducen una nueva reforma, adquiriendo más importancia la zona peatonal. Las farolas instaladas con motivo de esta remodelación, fueron apodadas popularmente como los supositorios y provocaron una gran polémica debido a su diseño moderno. Finalmente fueron sustituidas por las actuales farolas de estilo "fernandino", si bien en los dos postes centrales de la plaza los supositorios pervivieron algunos años más, para ser unificadas unos años más tarde con las del resto de la plaza.


El 15 de mayo de 2011, tras una manifestación convocada por la plataforma Democracia Real Ya, decenas de manifestantes acamparon en la plaza esa misma noche, sumándose cada día más personas y siendo millares durante la semana siguiente, reclamando un cambio político, social y económico en España. Se convierte así la plaza en el símbolo del Movimiento 15M. El día 2 de agosto, la Policía Nacional desalojó a los últimos acampados.

Hitos importantes en esta plaza, aparte de la placa correspondiente al mencionado Kilómetro Cero frente a la Casa de Correos, son la Estatua del Oso y el Madroño, popular punto de encuentro de los madrileños, erigida en 1967 enfrente del edificio del antiguo Hotal París (número 1, donde se encontraba el cartel de Tío Pepe), posteriormente trasladada a la boca de la calle del Carmen y reubicada en su lugar original el 25 de septiembre de 2009;2 sendas placas en la fachada de la Casa de Correos, dedicadas, una a los héroes del levantamiento popular del 2 de mayo y la otra a las víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004 y a las personas que colaboraron el día de la catástrofe; la Estatua de la Mariblanca, reproducción de una antigua y popular escultura que adornaba la fuente que allí existía; y el cartel publicitario de neón de los vinos Tío Pepe creado por el burgalés Luis Pérez Solero, último superviviente de los numerosos anuncios que en otros tiempos había en esta plaza, ubicado en el número 1 hasta el 18 de abril de 2011, cuando fue retirado, y recolocado en el número 11 el 8 de mayo de 2014. La Puerta del sol se ve rodeada de catorce edificios. De la misma época data la medida de 635,50 metros sobre el nivel medio del mar de Alicante.


La Puerta del Sol ha sido y es uno de los principales nudos del transporte público de la ciudad. En ella convergían numerosas líneas de tranvías (tranvías de Madrid). La primera línea de metro (las obras se iniciaron en abril de 1917) se inauguró entre Sol y Cuatro Caminos el 17 de octubre de 1919, para la que se construyó, por el arquitecto Antonio Palacios, una bella marquesina de acceso en el centro de la plaza, desaparecida para dar paso a la circulación rodada.

En la actualidad bajo la Puerta del Sol se ubica una estación multimodal del Consorcio de Transportes de Madrid que integra servicios de ferrocarril suburbano y de la red de ferrocarriles de cercanías de RENFE.

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De la Puerta del Sol dice Pedro de Répide:

Para que nada le faltase a la Puerta del Sol, que es alegre como una mocita madrileña, riente como mañana de abril y más acogedora que fronda del Retiro en día de sol, tiene esta simpática plaza una historia que revela el profundo amor a la Libertad, siempre sentido por el pueblo de Madrid. 

Era el año 1520, y los nobles y esforzados castellanos de Toledo, Segovia, Ávila y otras muchas poblaciones, capitaneados por buenos y valientes caballeros, peleaban en defensa de las libertades populares. 

Y como buscaran los comuneros el apoyo de los Concejos, D. Juan Padilla, por encargo de Toledo, escribió a Madrid una carta, que en el Archivo municipal debe conservarse, cuya data es la de 25 de febrero de 1520, pidiendo auxilio, que prontamente le otorgaron los generosos madrileños. 

Así en armas se alzó el pueblo de Madrid, en pro de las Comunidades, capitaneado por el bachiller Gregorio del Castillo, y por don Juan Negrete, diputado de la collación de San Ginés. 

En lo más moderno de la villa construyeron fortificaciones, barricadas y fosos, y en el oriental lindero de la población dicen unos historiadores que los rebeldes levantaron un castillo, y afirman otros que convirtieron en fortaleza la puerta allí existente, en cuyo arco representábase un Sol, tal vez porque miraba a Oriente. 

De cómo pelearon los comuneros de Madrid son buena prueba los combates reñidos junto a la citada puerta y la toma del Alcázar, donde a la bizarría del interino alcaide D. Pedro de Toledo, y de la alcaidesa doña María de Lago, se opusieron el fiero e irresistible empuje de los madrileños, mandados por Castillo y Negrete, cuyos nombres debieran figurar en el Congreso de los Diputados, junto a los de Padilla, Bravo y Maldonado. 

Este castillo o puerta, que de conservarse sería un monumento a la Libertad, fue, según cuenta López de Hoyos, derribada el año 1570 para dar amplitud y desahogo a tan principal salida de Madrid. Su emplazamiento debió de ser, aproximadamente, el que hoy ocupa la estación del Metropolitano, de frente a la que es hoy la Carrera de San Jerónimo

La piedad regia movida por una epidemia que despobló Madrid, alzó, entre la calle de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo, un hospital, fundado no sabemos si por Enrique IV o por los Reyes Católicos, que Carlos I habilitó para soldados y criados de la real Casa, bajo la advocación del Buen Suceso, con la que se memoraba al milagroso hallazgo que en las montañas de Cataluña hicieron los hermanos obregones de una imagen de la Virgen. Este hospital fue derribado en 1854, para alzar otro con idéntica finalidad y nombre en la calle de la Princesa. 

Frente al Buen Suceso, de pobre y antiestética traza, lucía una bella fuente, hasta que en 1616 fue sustituida por otra con la estatua de Diana, y a la que el zumbón vecindario bautizó con el remoquete de la «Mariblanca». Puestos de carnes y verduras contribuían a hacer poco apetecible el lugar. 

El espacio que actualmente ocupa el ministerio de la Gobernación (actual sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid) era antes un amasijo de casuchas en número de treinta o cuarenta. Otras edificaciones semejantes formaban la callejuela del Cofre. 

La entrada de la calle de Espoz y Mina era la lonja del convento de la Victoria, y la que es ahora la calle del Correo, fue antaño el comienzo del convento de San Felipe el Real, cuyas gradas fueron escena de no pocos famosos acontecimientos y mentidero, y muy nombradas sus covachuelas. Una estocada en San Felipe el Real probó la galantería, el valor y la destreza del inmortal Quevedo. En el solar de San Felipe el Real se construyó la casa de Cordero, donde se hallaba el Bazar de la Unión, que luego fue del famoso Manzanedo. 

A esas casuchas situadas entre las calles del Arenal y Mayor, junto al palacio de Oñate, iban de picos pardos los rijosos varones de la época, hasta que el emperador Carlos trasladó a lugar no muy lejano las mancebías públicas. 

Ya bien mediado el siglo XVIII, en 1768, la Puerta del Sol vio levantarse el ministerio de la Gobernación, y como en España todo es torpeza y paradoja, torpeza fue no confiar su construcción a Ventura Rodríguez, el famoso arquitecto municipal, cuyos planos eran admirables, para confiar su erección al francés Jaime Marquet, de quien se afirma que olvidó la escalera al proyectar el edificio. La paradoja fue bien patente, porque a Marquet, que venía de París para arreglar el pavimento, se le dio el edificio, y a Ventura Rodríguez se le encomendó el piso, y así el pueblo dijo: «Al arquitecto la piedra y la casa al empedrador. » 

En el centro de la fachada se puso el reloj que existía en la iglesia del Buen Suceso, hasta que la generosidad del famoso relojero Losada proporcionó al ministerio el actual reloj

La Puerta del Sol, que pronto absorbió los callejones de la Duda y Coperos, y que para su ensanche le quitó no pequeños trozos a las calles de la Montera, Carmen, Preciados, Arenal y Mayor, fue al correr de los años, el corazón de la corte y no acaeció suceso de importancia que en la Puerta del Sol no tuviese su desarrollo. Y así, por tan típica plaza, cruzó triunfal Felipe V, y por este mismo pasaje pasó sin gente que contemplase el cortejo, con las puertas y ventanas cerradas a piedra y lodo, el archiduque de Austria, que salió de la villa echando pestes de ella. 

El motín de Squilache dio ocasión a que la Puerta del Sol se viera al »Malagueño» con su chupa encarnada y su blanco chambergo, arengando a las masas y a éstas arrastrando el cadáver de un soldado sin ventura. Los del Gobierno, en su afán de sofocar el movimiento, también hicieron crueldades como la de cortar la lengua y ahorcar a un pobre caballero murciano, que en la Puerta del Sol tuvo la desgraciada idea de sentirse elocuente. 

Y cuando llegaron los tristes días de 1808, en el madrileñísimo lugar de la Puerta del Sol se congregaban chisperos y manolas, y caballeros, y soldados, los primeros días del mes de mayo, y el 1 y 2 el general Grouchy, instalado con la Comisión militar en el ministerio de la Gobernación, hizo sacrificar infinidad de víctimas junto a la fachada del ministerio y en el patio del Hospital del Buen Suceso.

En la plaza gallardearon los bravos madrileños contra Murat y sus soldados, y así se ovacionó a Fernando VII y a los soldados ingleses, portugueses y españoles mandados por Wellington, como recompensa a la victoria de Salamanca. 

No hay, repetimos, fecha más memorable que la Puerta del Sol no conozca; en su centro se proclama la Constitución de 1812, y cuando se repatría Fernando «el Narizotas», en ella se quema tan sagrado documento. 

Liberales realistas cruzan por ella, vencidos unas veces, vencedores otras. 

El cura Merino en la Puerta del Sol detiene el coche del rey Fernando, de triste memoria, y, enseñándole la Constitución, exclama: «Trágala, tirano.» 

De la Puerta del Sol, en cuyo centro se pone una fuente a cuyo surtidor llama hiperbólicamente un poeta río puesto en pie, sale el populacho, sediento de sangre, a asaltar conventos, porque dice que los frailes han envenenado las aguas. 

En 1822 y en 1835 corre la sangre: pueblo y ejército pelean, y en la Puerta del Sol tienen triste fin, o en ella inician su desgracia, los generales Canterac, Quesada y Fulgosio. 

¡Qué cosas contaría la plaza de la revolución de 1854, de los sucesos de 1856, de la noche de San Daniel, del atentado contra Isabel II en 1861, de la revolución que costó la corona a la reina de los tristes destinos, de la restauración, de los días amargos del desastre colonial, del atentado en que perdió la vida Canalejas! 

La Puerta del Sol, pequeña, irregular, incapaz para las necesidades de una gran ciudad que pasa con exceso del millón de habitantes, inmenso cocherón donde tranvías, carruajes y viandantes se agolpan e impiden el paso, será siempre el alma de Madrid, el lugar obligado a donde todos vamos al salir de casa, el sitio donde acuden todos para orientarse, para flanear, para perder el tiempo, como en aquella época en que el poeta Quiñones de Benavente decía: 

Yo soy la Puerta del Sol,

que, a pesar de los paseos, 

me vuelven puerta cerrada 

la multitud de cocheros. 

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