viernes, 10 de abril de 2015

Calle Mayor

Calle Mayor

La calle Mayor es una vía principal de las que desemboca en la Puerta del Sol y la que fue oficial Casa de la Villa (casa del Ayuntamiento de Madrid). No toda la extensión actual fue denominada calle Mayor. La historia de la calle va unida a la historia de Madrid, no hay recepción real que no pasara por esta calle a través de la Puerta del Sol.

La calle Mayor, que en la actualidad se extiende desde la Puerta del Sol hasta la Cuesta de la Vega, constaba de cuatro tramos diferenciados en los siglos XVI y XVII, cada uno con una denominación distinta.

Con tal nombre sólo se conocía la parte extramuros, comprendida entre la Puerta del Sol y la plaza del Comandante de las Morenas. Desde aquí hasta la calle de los Milaneses, era designada como Puerta de Guadalaxara (por ubicarse en este enclave el principal acceso de la antigua muralla cristiana). Hasta la plaza de la Villa, se utilizaba la expresión de Platerías, dada la abundancia de comercios de este tipo; y hasta la Cuesta de la Vega, era designada como calle de la Almudena, por la desaparecida iglesia del mismo nombre, fundada sobre una primitiva mezquita.
Calle Mayor
Calle Mayor

La calle Mayor fue una de las más importantes del Madrid de los Austrias, al comunicar la zona del Real Alcázar con la Puerta del Sol y, desde aquí, con los caminos de Alcalá de Henares y de los Jerónimos, dos de las principales salidas de la ciudad.

Configurada por edificios entre tres y cuatro alturas, con soportales, destacó por su intensa actividad mercantil. En su entorno se instalaron los gremios artesanales especializados en artículos de lujo, tales como como joyeros, plateros, sederos, bordadores de encajes y zapateros, entre otros.

Además de constituir un relevante foco comercial, fue el lugar de residencia de diferentes familias nobiliarias durante el siglo XVII. Aún se conservan los palacios del marqués de Camarasa, de los Consejos y del duque de Abrantes, este último con profundas transformaciones en relación con su aspecto original, fruto de las dos remodelaciones llevadas a cabo en el siglo XIX, en las cuales se cambió su fachada principal y se demolieron sus dos torres laterales, de inspiración herreriana. Entre los palacios desaparecidos, figura el del conde de Oñate.

La calle también tuvo un fuerte carácter institucional. En su tramo intermedio, enfrentada a la Plaza de la Villa, estuvo la Parroquia del Salvador, donde el Concejo de Madrid celebraba sus juntas hasta la construcción de la Casa de la Villa. También fue escenario de numerosos actos públicos, como desfiles y procesiones. Con el fin de que la Familia Real pudiera contemplar los mismos, el arquitecto Juan de Villanueva incorporó en la fachada septentrional de la Casa de la Villa, que da a la calle Mayor, la llamada galería de columnas toscanas (1789).

En la calle Mayor tuvieron lugar distintos episodios históricos. En 1578 fue muerto a estoque Juan Escobedo, secretario del Consejo de Hacienda durante el reinado de Felipe II, y en 1622 fue asesinado Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana. El 31 de mayo de 1906, desde el número 84, en el edificio donde esta el restaurante Casa Ciriaco, se produjo un atentado fallido contra el rey Alfonso XIII y su esposa, Victoria Eugenia de Battenberg, durante el desfile celebrado el día de su boda. En la confluencia de las calles Mayor y Sacramento, se encuentra situado un monumento conmemorativo, que recuerda a las víctimas del suceso.


Junto a los conjuntos monumentales de la época de los Austrias, señalados anteriormente, la calle Mayor posee atractivos turísticos de periodos posteriores. Es el caso del edificio de la Compañía Colonial, de estilo modernista; de la farmacia de la Reina Madre, fundada en 1913, sobre un antiguo establecimiento que proveía medicamentos a la reina Isabel de Farnesio(1692–1766), de quien toma su nombre; y la pastelería El Riojano inaugurada en 1855 y prototipo del comercio tradicional del siglo XIX.
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Dice Pedro de Répide acerca de esta calle:

Vía principal, nervio de la corte de las Españas siempre, aun después de oscurecida y relegada a un lugar secundario por la magnitud y mayor tráfico de otras que le arrebataron importancia en el crecimiento extraordinario de la villa y vida madrileña, siempre conserva el noble encanto de su prestigio tradicional. 

No toda la extensión de esta calle fue siempre, sin embargo, llamada Mayor: nombre que en algún tiempo apenas si llegaba al trozo entre la Puerta del Sol y la plazuela de la Caza. Juntas estaban entre los soportales de las calles que van a la Plaza Mayor y la Casa de la Villa, lo que se llamaba Platerías y Puerta de Guadalajara, emporio y centro del comercio y del paseo de las galas cortesanas en el siglo XVII, donde los poderosos ruaban en coche, y los lindos y ociosos, pícaros y busconas, se aglomeraban en aquella suerte de diario certamen de los lujos y las lacerias de la corte. Y la parte final de la calle, a partir de San Salvador, denominábase de la Almudena, por la iglesia de Santa María, primera y más antigua de la villa. 

Tenía el comercio de la villa designados los lugares para sus tiendas, y así en la calle Mayor ocupaban los joyeros la acera desde San Felipe hasta la calle de la Amargura; los pañeros en la de enfrente, desde la casa de Oñate hasta la calle de Coloreros; los sederos, entre Bordadores y la plazuela de la Caza; los manguiteros, entre la primera de esas calles y la de Coloreros, y enfrente de éstos, los soportales de los roperos, que también se llamaron de Pretineros y de San Isidro. 

Comenzaba la calle con un edificio suntuoso, famoso en los anales madrileños, como era el convento de San Felipe el Real, que se hallaba donde ahora la casa llamada de Cordero, que tiene el bazar de la Unión, el café de Lisboa y la Central de Teléfonos, y en la que hubo unos famosos baños públicos. Edificó esta casa, conocida también por la del Maragato, D. Santiago Alonso Cordero, bajo los diseños y dirección del arquitecto de la Academia de San Fernando, J. Pescador. 

El convento y la iglesia, que tenía su fachada a la calle de Esparteros, eran de magnífica traza, y sobre todo de un gran valor arquitectónico el claustro, obra de Andrés de Nantes, corregida por Antonio de Mora, comenzada el año 1600. En el centro de este patio había, cuando fue derribado el convento, una fuente con un cisne de plomo, que trasladado al entonces reciente paseo de la Castellana, dio nombre al paseo que desde Chamberí desemboca frente a ella. Esta fuente del Cisne se halla actualmente en los jardincillos de la plaza de Santa Ana, frente al teatro Español

De los religiosos que vivieron en esta casa, debe hacerse particular mención del padre Flores, autor de la «España Sagrada», y cuyo valioso monetario fue arrojado a la calle por los franceses que se apoderaron del convento, haciéndole cuartel, y caballeriza su iglesia. Pero lo más famoso de San Felipe el Real eran sus covachuelas, en que se vendían disciplinas y cilicios, yesca y piedras de escopeta, juguetes y fruslerías. Y, sobre todo, lo que mayor fama daba al lugar era la lonja que sobre las covachuelas había. El «mentidero», cuyo recuerdo quedó en la historia de nuestras letras, junto al nombre de los más altos ingenios. 

En la acera de enfrente, la casa de la calle Mayor que había esquina a la Puerta del Sol, era también de comunidad, aunque de distinto linaje. Célebre era la mancebía de las Soleras, de la cual queda memoria en romances quevedescos y, pasado el callejón de la Duda, comenzaba el espléndido palacio de Oñate, hace pocos años derribado, y sobre cuyo solar construye actualmente su edificio el Banco de Madrid. En aquel lugar, vivía el conde de Villamediana, D. Juan de Tassis, que tanto por la memoria de su satírico ingenio es célebre por su muerte misteriosa, acaecida delante de la calle de Coloreros el domingo 21 de agosto de 1622, yendo en su coche acompañado de D. Luis de Haro, hijo del marqués de Carpio. Altos poetas comentaron en sus versos aquella muerte, final de una tragedia amatoria en la que iba envuelto el nombre de Francelisa, la reina Isabel, esposa del reciente monarca Felipe IV. 

En la casa de Oñate, ese hermoso palacio cuya portada barroca ha podido felizmente conservarse, y permanece en los almacenes de la Villa esperando la ocasión de un apropiado emplazamiento, hallábase el primer buzón para recoger la correspondencia por ser el conde de aquel título correo mayor de Castilla. Frente a esta casa era donde los pintores acostumbraban a exhibir sus cuadros al paso de la procesión del Corpus, y donde Murillo dio a conocer su Concepción, en una de esas fiestas, hallándose en el balcón principal del palacio de Oñate la reina gentil y desgraciada, María Luisa de Orleans. 

En los soportales de la izquierda de la calle Mayor, en el número 35, donde había unos baños que se llamaban de San Isidro, existía el recuerdo del pozo de doña Nufla o santa Nufla, abierto por el santo en lo que entonces era finca de campo, propiedad de aquella dama, así como realizó otro trabajo análogo en la casa del Bordador, allí cercana. La calle de San Felipe Neri, vía en la que se transformó el pasaje de ese nombre, lo recibe en memoria del oratorio así llamado, al que dio principio en el año 1600 en la plaza del Ángel el padre D. Diego Liñán, y en 1769 el rey concedió a los filipenses la iglesia de San Francisco de Borja, casa profesa de los Padres de la Compañía de Jesús, que se hallaba entre la calle Mayor y la plazuela de Herradores, con la condición de que mantuvieran el nombre de ese santo como titular de la iglesia, conservando en el altar mayor su cuerpo y cediendo la casa que tenían para demolerla, ensanchando la plaza en que se alzaba. 

La parroquia de San Salvador, una de las más antiguas de Madrid, estaba frente a la plazuelade la Villa, quien celebraba encima de su pórtico las sesiones de su Concejo y tenía por atalaya propia la torre de este templo, cuyas campanas y reloj le pertenecían también. En 1640, la Congregación de San Eloy, de los Plateros, compró el altar mayor, sacristía y bóveda, que renovó, colocando en el retablo una imagen del santo obispo, obra de Juan Pascual de Mena. En el Salvador tenían su sepulcro, entre otros personajes ilustres, D. Pedro Calderón de la Barca, cuyos huesos, después de accidentada peregrinación, se hallan actualmente en la nueva iglesia de San Pedro de los Naturales, al final de la calle Ancha, y el conde de Campomanes, de quien los restos, perfectamente conservados, yacen en un nicho del patio de San Andrés, en el primitivo cementerio de San Isidro. 

Más allá, donde se abrió luego la calle de Calderón de la Barca, estaba el monasterio de la Salutación de Nuestra Señora, que se llamaba de Constantinopla, por la imagen imitada en lienzo, había en el altar mayor y, procedente de la capital de Turquía, trajo de Nápoles doña Jerónima de Luján, que vino a profesar en este monasterio cuan- do todavía se hallaba en el pueblo de Rejas, donde le fundaron en 1479 el comendador y trece de la Orden de Santiago, Pedro Zapata, y su mujer, doña Catalina Manuel de Lando, abriéndose la iglesia de Madrid el día 9 de noviembre de 1628. 

Y a lo último de la calle, formando manzana entre ella y la calle del Camarín de Santa María, donde vivía la princesa de Éboli y mataron a Escobedo, estaba la parroquia más antigua de Madrid, Santa María la Mayor, edificada sobre la mezquita, y en la que, a más de la tradicional imagen de la Almudena, venerábase la de la Flor de Lis, que supónese pintada en tiempo de Alfonso VI, y oculta tras el retablo hasta 1623. Carlos V, primero, y Felipe III, después, quisieron hacer a Madrid obispado y a esta iglesia su catedral, cosa que no se logró, como tampoco hacer colegiata de este templo. En 1649 concluyó la obra empezada nueve años antes, metiendo cimientos a la Capilla Mayor, haciendo nuevo retablo, labrando bóveda y camarín nuevo para la Virgen; pero en 1777 fue sacada de allí la imagen de la Almudena, porque el templo amenazaba ruina. En el atrio de esta iglesia cuando las fiestas de Santa Ana, Patrona y abogada de la villa, bailaban las gitanas, y allí danzaba la Preciosilla cervantina. 

Varias casa de próceres linajes había en la calle Mayor, pero de ellas sólo nos interesa el recuerdo de la de D. Juan de Acuña, donde fue preso el duque de Osuna, y luego convertida en la actual del Ayuntamiento, de la que ya hemos hablado en estas columnas, en la serie de las casas viejas de la villa, y de la que en esta ocasión, por su fachada a la calle Mayor, sólo debemos hacer referencia al atrevido balcón de las columnas, obra de Villanueva. Al lado se halla el antiguo palacio de los marqueses de Camarasa, convertido en oficinas del Gobierno civil, y, finalmente, el palacio de Uceda, luego llamado de los Consejos, y del que en los artículos antes aludidos dejamos hecha su detallada historia. 

Dos casas nos interesan extraordinariamente. La del número 50, en la que una lápida casi invisible hace saber que allí nació Lope de Vega Carpio el 25 de noviembre de 1562, y la del número 75, estrecha, de un solo balcón en la fachada, y donde otro mármol, con letras de oro, recuerda que allí vivió D. Pedro Calderón de la Barca y murió el 25 de mayo de 1681. 

Donde se halla la casa que vuelve a la calle del Sacramento estaba aquélla donde, el año 1835, fue depositada la Monja de las Llagas, sor Patrocinio, cuando fue sacada del convento. Y en el número 88 se halla la casa llamada de la bomba, por la caja explosiva que recubierta de flores arrojó desde ella Mateo Morral al paso de la carroza regia el 31 de mayo de 1906, día de la boda de Alfonso XIII con la princesa Victoria Eugenia. El atentado tuvo muy tristes consecuencias, entre ellas la erección de un monumento de bastante mal gusto sobre la fuentecilla del Sacramento. 

La historia de la calle Mayor va unida a la de Madrid durante cuatro siglos. No hay acontecimiento, entrada de reyes y de reinas, visitas de príncipes extranjeros, procesiones, inquisitorias, paso de reos para ser ajusticiados y algarada o pronunciamiento en las revueltas del siglo XIX, que no haya tenido como escenario esta calle. Que vio a validos y a héroes encumbrados y caídos, que vio a don Rodrigo Calderón poderoso en su carroza y cruzando en una mula camino del suplicio, y a Riego triunfante y luego sobre el fango pisoteado su retrato por los soldados de don Pablo Morillo. 

Hoy, prolongada hacia la Cuesta de la Vega, abre donde eran las casas de Malpica el paso al Viaducto, y tiene ya por ella su entrada la cripta de la Almudena, nuevo templo parroquial de Santa María, y sobre el cual, según el proyecto del marqués de Cubas, existe la amenaza de una catedral gótica, estilo arquitectónico que rimará inarmónicamente con la elegante y graciosa traza del Palacio Real.


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