Antiguamente se llamó calle de la Carbonera porque conduce a la plaza donde se encuentra el convento del
Corpus Christi, más conocido como convento de las Carboneras.
En contra de lo que quizá puedas pensar, este callejoncillo
muy cerca de la plaza de la Villa no debe su curioso nombre a una de las fases
resultantes del movimiento producido a la hora de golpear la cara con la mano
cerrada. El callejón tiene este nombre porque aquí estaba la casa de Juan Arias
Dávila, señor de Puñonrostro. El señor de Puñonrostro compró la casa a Fernando
del Pulgar, cronista de los Reyes Católicos.
La organización feudal de la llamada extremadura castellana
se basaba en los señoríos jurisdiccionales donde un señor administraba y sacaba
partido a esas tierras como bien gustase, eso sí, acatando unos fueros que en
algún momento le concedió el rey correspondiente tras una buena lección de
diplomacia, peloteos serviles y una módica suma económica. Y esto se heredaba,
como heredó Juan Arias Dávila el señorío de Puñonrostro de sus antepasados.
Heredó un pequeño señorío en medio de la Sagra que se llamaba
Puñonrostro porque así se llamaba la villa de cabecera y de la cual hoy no
queda nada. Pero al parecer, en la jurisdicción de este señorío se encontraban
los lugares de Casarrubios del Monte, Valmojado y las Ventas de Retamosa, por
lo que cabe entender que Puñonrostro puede que se encontrase entre estos tres
pueblos hoy de la provincia de Toledo, si no es el nombre antiguo de alguno de
éstos.
Al poco de comprar la
casa, Juan Arias Dávila recibió en 1523 de manos de Carlos I el título de conde
de Puñonrostro como reconocimiento por haberle ayudado en su lucha contra los
comuneros defendiendo el castillo de Illescas y el alcázar de Madrid. La
influencia y el favor real que tuvieron los señores (luego condes) de
Puñonrostro se ve reflejado en la posesión de dos castillos en la comarca de la
Sagra: uno en Torrejón de Velasco y otro en Seseña, que aún conservan el nombre
de castillo de Puñonrostro.
Algunos de los sucesivos condes de Puñonrostro tuvieron
ciertos papeles importantes en la vida política española, como Juan José Matheu
y Árias Dávila, décimo conde, firmante de la Constitución de Cádiz en
representación de Granada; o su hijo, Francisco Javier Arias Dávila y Matheu,
undécimo conde, que fue alcalde de Madrid en 1864, mayordomo de la reina Isabel
II en 1866 y presidente del Senado en 1884.
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Dice Pedro de Répide:
En el siglo XVIII hubo de cerrarse esta calle; pero no tardó
en volver a ser abierta al tránsito público.
Aquí estaba la casa de D. Fernando del Pulgar, cronista de los
Reyes Católicos, finca en que vivió luego el marqués de Belmonte, y pasó luego a
propiedad del Conde de Puñonrostro, de la que quedó el nombre a la calle, después
de desaparecida aquélla.
El condado de Puñonrostro recuerda una defección en la lucha
de las Comunidades madrileñas. Fue concedido por Carlos V a Juan Arias Dávila, señor
de Torrejón de Velasco, por no haber dado a los comuneros de Madrid la ayuda
con que les había hecho contar. Mal hicieron, ciertamente, los madrileños en fiar
de tal personaje y de su amor al pueblo, pues debieron recordar que, no pudiendo
sufrirle los habitantes de Alcobendas, que se hallaban también bajo su señorío,
hubieron de abandonar su aldea, y, saliendo de ella, comenzaron a edificar otras
viviendas en torno a una ermita de San Sebastián, que era propiedad del Concejo
de Madrid.
Hasta allí hubo de perseguirles la saña de Arias Dávila, quien
llegando con gente de armas, quemó las chozas que tenían hechas y los cogió presos,
logrando escapar algunos, que, sabedores
de que D. Fernando el Católico pasaba de Alcalá a Madrid, acudieron a encontrarle
en el puente de Viveros, sobre el Jarama, y le refirieron lo que les acontecía.
Entonces el monarca mandó al desabrido noble que soltase a los prisioneros y que
se fundase el nuevo lugar libre donde ellos querían, y que por aquella ayuda fue
denominado San Sebastián de los Reyes.
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